Etiquetas
América Bobia Berdayes, Cuba, Emigración, Escritores, Fernando Lles Berdayes, Fiestas, Francisco Lles Berdayes, Letras emigrantes, Matanzas, San Pedro de Con
por Fernando y Francisco Lles Berdayes
“Los mozos con voladores
y vivas atronadores
toman parte en los festejos;
las niñas regalan flores
y el anciano da consejos”.
Vibraron las campanas; mozos y mozas,
rapaces y rapazas, viejas y viejos,
luciendo su ropica de los domingos,
hacia la iglesia marchan por los senderos:
–la iglesia es una moza que se engalana
para ser la señora de los festejos–.
Vibraron las campanas; los voladores,
dejando una cascada de sangre y fuego
y alegrando las almas con su estampido,
en forma de cometas suben al cielo.
Sus amores se cuentan mozas y mozos;
y, apoyadas del báculo, con pasos lentos,
las abuelas discurren y, al ver el cuadro,
hablan de su pasado con los abuelos
mientras que los rapaces y las rapazas,
en cuyos ojos brilla júbilo intenso,
por las verdes erías, triscan y saltan
tras de los voladores que van cayendo;
y ellos, lanzando al aire piedras y boinas,
y ellas, haciendo rueda con sus pañuelos,
chocan, se arremolinan, cantan y ríen
y alborotan y chillan que es un contento.
Vibraron las campanas; junto á la iglesia
las mozas vendedoras posan sus cestos:
unas llevan manzanas, otras cerezas rojas,
como sus rojos labios de fuego.
Llegan de todas partes las rosquilleras
con cestas de rosquillas y caramelos:
son éstos tan purpúreos como sus bocas,
pero nunca tan dulces como sus besos.
Llegan de todas partes, y, presurosas,
sobre el césped colocan sus limpios puestos,
mientras ríen, mostrando sus blancos dientes,
al sentir de los mozos los chicoleos.
Hay allí frutas frescas de todas clases,
áureos albaricoques, dorados piescos
apetitosas peras, fresas maduras
que parecen enormes rubíes sangrientos,
naranjas que simulan esferas de oro,
rubias, casi tan rubias cual los cabellos
de algunas de las mozas que van a misa
de las verdes erías por los senderos.
Ya llegó el Sr. Cura, y el Sr. Cura,
un bondadoso anciano de ojos de cielo,
seguido por la turba de los creyentes,
con mesurados pasos entró en el templo.
Ya comenzó la misa; sólo se oye
de las respiraciones el rumoreo,
y la oración ferviente que todos juntos
elevan por las almas de los que han muerto:
después la voz pausada del Sr. Cura,
de la sagrada nave, rasga el silencio;
y en todas las pupilas de los creyentes,
de dulces misticismos se ven destellos:
destellos que atraviesan nubes de lágrimas
en la asombrada turba de los labriegos.
Ya terminó la misa; los voladores,
como rojas saetas, siguen subiendo;
cuatro robustos mozos llevan en andas
la venerada imagen del buen San Pedro.
Las mozas ostentando van sus mantillas,
los rapaces las siguen casi en silencio
y las pobres abuelas, al ver el cuadro,
hablan de su pasado con los abuelos.
La procesión termina: las vendedoras
a las niñas ofrecen sus rubios piescos.
Los mozos lanzan hurras atronadores,
el ixuxú asturiano rasga los cielos;
las mozas alzan coplas de sus sentires
y todos juntos bajan al castañeo,
por aquella caleya en que, tantas veces,
mi mochila y yo fuimos para el colegio[1].
Y mientras que en la iglesia yace olvidada
la venerada imagen del buen San Pedro,
discurren las rapazas por las erías
y marchan los rapaces á buscar ñeros
pa estamparlos na frente de las mocinas
porque diz que no quieren bailar con ellos.
Ya reinan, desbordantes, las alegrías:
el prado, de la risa parece e! templo;
delante de carteles muy mal pintados
sus sentidos romances cantan los ciegos;
vibran, locas, triunfales, las panderetas
agitadas por locos, ágiles dedos;
y tambores y gaitas y tarrañuelas
el compás van marcando del bailoteo.
Tras los nevados picos de las montañas
oculta el Sol su enorme disco sangriento:
a la luz del crepúsculo, los viejecitos,
como sombras errantes van hacia el pueblo
encorvados y tristes, bajo la inmensa,
desesperante carga de sus recuerdos.
De pronto la campana, grave y pausada,
el ángelus solloza; viejas y viejos
se arrodillan y quedan ensimismados
junto al florido césped de los senderos:
de sus pálidos labios brota un murmullo:
la oración por las almas de los que han muerto.
Y mientras que allá estallan los voladores,
entre vivas y aplausos y clamoreos,
la caravana errante de los ancianos
vuelve á iniciar su marcha con pasos lentos,
y las pobres abuelas, graves y tristes,
hablan de su pasado con los abuelos.

Los hermanos Fernando y Francisco Lles Berdayes, nacidos en Cuba, eran hijos de Felipe Lles Noriega (Las Casucas, 11 de diciembre de 1848) y de Filomena Berdayes de Francisco (Mestas, 13 de mayo de 1858) naturales de la parroquia de San Pedro de Con (Cangas de Onís, Asturias). En el momento de contraer matrimonio, el 14 de diciembre de 1882, el párroco hace constar que Felipe Lles había estado ausente durante siete años, poco más o menos, en Sumidero (Matanzas, Cuba). En 1883 nace Fernando, en Ceiba Mocha, y en 1888 Francisco, en Monte Alto (Macagua), lugares todos de la provincia de Matanzas.
Poco después, un enfermo Felipe Lles Noriega regresa a su Asturias natal para morir (el 10 de noviembre de 1888, a los treinta y nueve años de edad) y con él su esposa e hijos que permanecen en Mestas de Con hasta el año 1894. Retornados a Cuba, con la fortuna paterna quebrantada, se instalan en Sumidero donde los hermanos cursan sus estudios. Contrae la madre segundas nupcias con Eugenio Bobia Noriega, tío de los niños, que los prohijó y quiso como un verdadero padre. De este matrimonio nacerá en 1893 América Bobia Berdayes, poeta como sus hermanos. Los acontecimientos revolucionarios e independentistas que se desarrollan en Cuba durante la última década del siglo XIX propiciaran el regreso temporal a España de los tres hermanos lo que dará lugar a diversos poemas inspirados por la «musa asturiana»; así titulan Fernando y Francisco uno de los capítulos de su libro Sol de Invierno (Matanzas, 1911) en cuyas páginas (38-44) figura «La romería», que hoy traemos a este blog.
Nota
[1] Tras la celebración de la misa en la antigua iglesia de San Pedro de Con (en cuyo atrio debían recibir sus clases los niños de la escuela como sugiere el autor que, por razones de edad, entiendo fuese Fernando Lles Berdayes) los feligreses bajaban al Campo de San Pumés, situado en Mestas de Con a orillas del río Güeña, donde se celebraba la romería, campo que por entonces debía ser un castañéu.