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Argentina, Buenos Aires, Emigración, Escritores, Joaquín Gómez Bas, Letras emigrantes
Aprovechando la visita a Buenos Aires del viajero y querido archivero del Ayuntamiento de Cangas de Onís, nuestro amigo Kennedy Trenzado, al que pedimos unas fotografías del afamado Café Tortoni, traemos aquí unos párrafos de Joaquín Gómez Bas, publicados en su obra Buenos Aires y lo suyo (Buenos Aires, Plus Ultra, 1976) sobre la peña literaria acogida en su cava de vinos por monsieur Pierre Curutchet bajo el lema «Ici on peut causer, dire, boire, avec mesure, et donner de son savoir faire la mesure. Mais seuls l’art et l’esprit, ont le droit de sans mesure se manifester ici» (Aquí se puede conversar, decir, beber con moderación y dar la medida de su destreza. Pero sólo el arte y el espíritu tienen el derecho de manifestarse aquí sin mesura).

«Por antigüedad y por la nombradía de la gente que se aburría en su ámbito, la Peña del Tortoni era la de más jerarquía. Con la acertada dirección de Quinquela Martín, que para todos los embrollos ponía en práctica el expeditivo sistema de resolverlos por la indiscutida unanimidad de sí mismo.

En este sótano, ya legendario en la historia del funambulismo porteño, actuaron las más brillantes figuras de aquella etapa. Por su tinglado desfilaron los célebres pianistas Rubinstein, Borosky, Ruiz Díaz, Ricardo Viñes; los no menos famosos directores de orquesta Toscanini y Ansermet; el poeta granadino García Lorca; el dramaturgo Pirandello, de quien el Teatro Íntimo que dirigía Milagros de la Vega y Carlos Perelli puso en escena una de sus piezas breves. Y también, con bastante frecuencia, descendía la estrecha escalerita el entonces presidente de la República Marcelo de Alvear, que permanecía en silencio, lejano y soñoliento aparentemente sugestionado por la abstrusa y crefundeana conversación del inefable maestro Adolfo Ollavaca, quien resolvía los más complicados problemas etimológicos afirmando con desconcertante seguridad que los caldeos se llamaban así porque el calor del desierto los caldeaba, que al amor platónico se le daba ese nombre porque era un plato y que la palabra sociología venía de zócalo.
Resumiendo: un refugio vespertino y nocturno de plásticos, poetas, músicos y escritores. Artista de cartel o desconocidos, triunfadores o fracasados, veteranos y aprendices. Todos como en su casa bajaban y subían, ligeros o sin apuro, con el aire ausente de quien nada tenía que hacer en ninguna parte.
El ambiente recogía en su atmósfera opaca de humo, alegre de esperanzas, entristecida de sueños irrealizables, la palpitación de la bohemia ciudadana.»
Incorporado a la historia de Buenos Aires por los personajes que hicieron su actividad cultural en el café, el Tortoni es hoy un atractivo turístico de primer nivel, en el que incluso hay que guardar cola para entrar, bien distinto del café que vivió Joaquín Gómez Bas pero la clientela de múltiples acentos, atraída por su pasado, le permite continuar cumpliendo años.