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Bazar X, Cangas de Onís, Federico Ortiz, Madrid, San Antonio
Han transcurrido algo más de dos años desde el momento en el que el archivero del Ayuntamiento de Cangas de Onís, mi amigo Kennedy Trenzado, me puso en contacto con don José Luis Armendáriz. Kennedy, tan atento siempre a tramitar las peticiones de cuantas personas se interesan por nuestra historia, tiene la peregrina idea de que un servidor puede ayudarle a satisfacer esos deseos y de paso a salir de algunos entuertos culturales que se le presentan, pues no siempre se puede dar respuesta a las variadas cuestiones que surgen.
En este caso concreto, sabía que la consulta tendría un resultado positivo, pues el Sr. Armendáriz deseaba conocer datos sobre un antepasado suyo, natural de Cangas de Onís, don Federico Ortiz López, sobre el que, quien esto escribe, había publicado en el boletín de fiestas de San Antonio del año 2012, una reseña biográfica que añadía nuevos datos a los publicados por don Celso Diego Somoano veinticinco años antes, en el artículo titulado “La capilla de San Antonio y Don Federico Ortiz López”.
No sólo yo, también Javier Remis Fernández y el propio Kennedy logramos reunir algunas informaciones que gustosamente pusimos a disposición de don José Luis. Y como el intercambio cultural es una fuente de riqueza, gracias a este contacto hemos podido recuperar para la historia canguesa dos retratos fotográficos de don Federico Ortiz que se conservaban en poder de sus familiares, uno de los cuales fue publicado recientemente en el libro que el Excmo. Ayuntamiento ha dedicado a don Celso, Cangas de Onís : Señas de identidad.
Don José Luis Armendáriz, curioso y activo investigador de sus ancestros, es autor de varios trabajos sobre el escritor Enrique Segovia Rocaberti, tío abuelo suyo, que han merecido el honor de ser premiados en los concursos de investigación convocados por el madrileño Ayuntamiento de Chinchón: Enrique Segovia Rocaberti y Sofía Romero (Biografía de una pareja olvidada), publicado por la Asociación de Amigos de la Biblioteca y del Archivo de Chinchón (2013) y Enrique Segovia Rocaberti: Antología Poética y Literaria (Retrato de una época), editado por el Ayuntamiento de Chinchón (2014). Ha publicado, entre otros trabajos, varios artículos sobre su bisabuelo Leopoldo Martinez de la Reguera, médico, abogado y prolífico escritor.
A la curiosidad y dedicación, une don José Luis un activo muy poderoso: un encantador grupo de amigos que lo arropan y animan a continuar con su actividad cultural y a los que tuve el gusto de conocer en una reciente visita a Cangas de Onís. En el capítulo de agradecimientos, se recogen sus nombres. Así, de manera coral, fuimos alimentando el afán investigador del Sr. Armendáriz, que ahora rinde nuevo fruto en este libro que tienen en sus manos.
Es un trabajo biográfico sobre uno de tantos cangueses… ¿dije tantos? de tantísimos cangueses, que se vieron obligados a emigrar en busca de horizontes más favorables. Hubo épocas en las que no haber necesitado salir de Cangas de Onís por razones económicas o sociales, constituía la excepción al movimiento general de la población.
Cuando nace Federico Ortiz en 1843, Cangas de Onís era una pequeña villa de 700 habitantes y poco más de 150 casas agrupadas en Cangas de Arriba, el Fondón y en torno a las calles San Pelayo y Mercado, el eje continuo y principal de la localidad desde su misma fundación, me atrevo a decir.
Los caminos y carreteras del concejo eran muy deficientes y sólo la visita de la reina Isabel II a Covadonga, en agosto de 1858, obligó a realizar una mejora de las comunicaciones, abriéndose el acceso al santuario. Aún se tardarían años en abrir la carretera nueva, hoy Avenida de Covadonga, que daría paso al Cangas de Onís moderno, un cambio urbano que el señor Ortiz pudo vislumbrar en su visita de julio de 1896, construidos ya el puente nuevo y el edificio de la Audiencia.
Don Federico Ortiz no fue uno más en el flujo migratorio cangués. Su privilegiada inteligencia, su constancia y su bonhomía le permitieron labrarse una posición comercial, económica y social de gran relieve en el Madrid de su tiempo. Convirtió su establecimiento comercial, el Bazar X, “algo consustancial dentro de la sociedad madrileña”, en el punto de encuentro para los madrileños ávidos de novedades y modernidad, y si bien no alcanzó la magnificencia de los grandes almacenes parisinos, podemos asegurar que fue un importante antecedente de otros grandes almacenistas asturianos como Pepín Fernández y Ramón Areces.
El Bazar X fue “el maravilloso umbral de los sueños acariciados”, en especial para los niños que contemplaban extasiados la fabulosa sección de juguetes y al que los madrileños de todas las clases sociales acudían en busca de cuanto exigían el lujo, el gusto o la moda por un lado y la utilidad, necesidad o conveniencia por otro.
Este libro, pulcramente editado por el Excmo. Ayuntamiento, supone un paso más, un gran paso, en el reconocimiento de Cangas de Onís a un hijo ilustre que estuvo, cierto es que desde la distancia, siempre presente en el acontecimiento que, creo no equivocarme, más hondamente penetra en la idiosincrasia canguesa, la fiesta de San Antonio. Juzgue cada cual si estoy en lo cierto, pero es innegable que don Federico Ortiz (transmutado en la obra edificada por su alma canguesa y la generosa fortuna que logró reunir) es el cangués que más veces ha concurrido a la festividad antoniana y mientras esta capilla de San Antonio continúe en pie, año a año engrosará su récord.
En las páginas que el amigo Armendáriz dedica a don Federico Ortiz, encontramos un recuerdo afectuoso, pero no por tratarse de un familiar sino por una razón de justicia, porque el carácter del biografiado así lo demanda. Un altruismo, una entrega para sus semejantes, para los más desfavorecidos, que anualmente se declaraba al celebrarse la festividad de San Antonio con el reparto de pan entre los pobres de la villa y de premios y ropas para los niños de las escuelas públicas. Pero no sólo en esa fecha; bien sabían quienes tomaban la iniciativa en alguna obra pública o labor social beneficiosa para Cangas de Onís, que podían acudir al señor Ortiz, que él siempre tenía tiempo para escuchar sus peticiones y dinero para contribuir a hacer realidad sus proyectos.
Practicó la caridad en época de bonanza económica, algo plausible aunque relativamente sencillo, pero también cuando la fatalidad se abatió sobre él al quemarse el Bazar X, la fuente de su riqueza. De ese difícil trance salió con asombrosa elegancia, donando 500 pesetas al Asilo de las Peñuelas, con motivo de la reapertura del establecimiento, lo que permitió comprar un buen mantón para las mujeres y una camiseta de punto, de las llamadas chalecos de Bayona, para los hombres que se albergaban en el asilo. Manifestaba así, no sólo su carácter bondadoso, sino también una inteligencia y habilidad comercial superlativa que le garantizó el favor del público.
Según parece, a don Federico Ortiz López le cupo el honor de ver cómo se le daba su nombre a una calle de su ciudad natal, la carreterona por la que procesiona Cangas toda en busca de la capilla de San Antonio. Extraviada en el tiempo esta dedicatoria, no estaría de más que, cuando la ciudad crezca y se abran nuevos viales, alguien recordase la conveniencia de reparar esa pérdida.
Francisco José Pantín Fernández
Prólogo al libro Federico Ortiz López y el Bazar X, de José Luis Armendáriz Gómez, publicado por el Excmo. Ayuntamiento de Cangas de Onís (2016).