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La cotidiana presencia del molín en Corao oscurece la estimación debida al magnífico y valioso ejemplar de molino de agua, primera entre las maquinarias humanas, que persiste admirablemente en nuestro pueblo, en los albores del siglo XXI. De esta antiquísima industria escribe en el año 85 a. C. el griego Antipater de Salónica, refiriéndose al molino de rodezno o rueda horizontal y sesenta años después, Vitrubio describe el molino de aceña o rueda vertical.

Es en la Edad Media cuando se arman en Asturias los primeros molinos hidráulicos, hasta entonces los cereales, escanda, mijo y panizo, se molturaban manualmente o con molinos de sangre. El molino actual mantiene la estructura básica de esos molinos medievales. La introducción del maíz, a finales del siglo XVI y principios del XVII, supondrá el auge del molino de agua en Asturias. El Catastro del Marqués de la Ensenada, confeccionado en Cangas de Onís en el año 1752, nos dice que existían “montados en los ríos y arroyos” del concejo, sesenta y un molinos harineros, de los que veintiuno pertenecían a la parroquia de Abamia, cuatro de ellos de a dos molares, entre los que se encontraba el actual molino de Corao, que producía para su dueño un beneficio de ocho fanegas de escanda y dieciséis de maíz, de los mayores rendimientos del concejo.

Apenas nueve años después, cuando se realizan las Comprobaciones del Catastro, don Fernando Joseph de Noriega declara en su descargo que “el molino de Güeña en dicha parroquia de Abamia le fue forzoso fabricarle de nuevo con estanco, presa y mampresa que le tuvo de costo más de cinco mil reales, los que no podrá desempeñar dicho molino en muchos años aunque no tenga otra quiebra”. En aquellos años, las violentas crecidas de los ríos arruinaron fincas y molinos, como bien leemos en las mencionadas Comprobaciones, y si imaginamos ardid de los propietarios, a fin de contribuir con menos dinero, no está de más recordar la inscripción que figura en el dintel de la puerta de entrada a la sala del actual molino donde leemos que en el día 22 de agosto del año 1820 vino una llena que cubrió las muelas de este molino, y tampoco debemos olvidar que en 1983 padecimos otra excepcional crecida agostiza.

Hoy, en las orillas de riegas y ríos encontramos, como vestigios de tiempos pasados, muchos de esos molinos, arruinados ahora no por crecidas, sino por su abandono ante el avance imparable del maquinismo que desde los años sesenta, con las fábricas de harina y los molinos eléctricos, ha arrinconado inexorablemente el vetusto sistema tradicional. A ello se ha unido la progresiva desaparición de la actividad agrícola, en especial de la siembra de cereales panificables, pues raro es el campesino que los cultiva.

Asistimos en los recientes años, a la restauración de algunos molinos en lugares próximos, es el caso de Intriago, no tanto para cumplir con su función primigenia, sino como recurso turístico, pues como elemento etnográfico de alta calidad desaparece paulatinamente. Dudo mucho que los molinos de Les Canaliegues, en la parroquia de Margolles, o de Fries, en el vecino concejo de Ribadesella, continúen funcionando cuando cesen en su trabajo los actuales molineros. La fecunda actividad del molín de Corao mantiene la vigencia de este oficio en nuestra comarca y son muchas las familias y los comercios que se abastecen de sus harinas molturadas tradicionalmente y con sabiduría, antes por Amadita [Amalia Alonso Alonso ✝︎] y hoy por Mari Carmen. Todo nos incita a conocer su actualidad, su resistencia imperturbable ante el avance del maquinismo y su capacidad de seguir generando riqueza para sus propietarios, alejando el fantasma de la musealización, que acarrearía la efectiva desaparición del oficio de moler en nuestro pueblo.

Y una tarde me acerqué al molín a conversar con Amadita la molinera.

Paco: Buenas tardes. Aquí vengo a ver si soy capaz de transmitir a los lectores la actualidad de vuestro oficio, tan antiguo y sin embargo, gracias a vuestro trabajo, tan vivo. Los molinos se mueren, ¿qué salud gasta el vuestro?

Amadita: Está bien, el nuestro no muere todavía dice Amadita Alonso, jubilada ya de sus tareas como molinera pero confiada en que el molino funcionará todavía muchos años, gracias al trabajo de su hijo Bernardo Bulnes y su nuera Mari Carmen Sánchez, a quien ha transmitido sus conocimientos­. Esta es la garantía de su pervivencia, pues como dice Bernardo, con un asomo de ironía, a algún propietario de molino, ya en desuso, que los visita con un aire de nostalgia, “molinos hay muchos, lo que no hay son molineros”. Si en Corao aún se muele, se debe a que él y su mujer, Mari Carmen, trabajan en el molino, no como ocupación principal, sino como actividad complementaria de la economía familiar. Cierto es que las características del molino de Corao, de cuatro molares y que recibe las aguas del río Güeña, un río caudaloso, han permitido su rentabilidad económica.

molindeCoraoAmalia Alonso con su hijo Bernardo Bulnes y su nieto Pablo. Fotografía de Tadeo Pantín Bobia

P.: Es indudable que el cultivo de cereales panificables ha decaído de modo espectacular y desde la entrada de España en la Comunidad Económica Europea, la ganadería destinada a la producción de leche, la estabulada, ha menguado el número de cabezas considerablemente. ¿También ha disminuido vuestro trabajo?

A.: No. Disminuyen los clientes de por aquí, que son los que menos llevan, pero vienen de Santander y otros lugares. Hay un vecino de Arriondas que trae… ¡una cantidad de sacos! y ¡qué maíz, qué maíz más guapo!

P.: Aunque en estos años el campo bajó, el molino sigue funcionando como toda la vida, no se nota en la economía familiar.

A.: Porque tenemos otras cosas, las vacas, sino habría que salir a ganarlo.

P.: Es decir que el molino es un buen complemento para la economía familiar, no la actividad principal.

A.: Eso es, sí. Y Amadita recuerda sus inicios en el molino, que su suegro José Bulnes había comprado a la familia Mendoza al regresar de Cuba, junto al prado de Tornamila y la casa: Nos metimos a trabajar los dos [ella y Paulín, su marido], andábamos por los castañedos que teníamos en Isongu, que son muchos, y todas las castañas atropábamos, la hoja para mullir, para tener cuchu, sembrábamos ahí, en San Nicolás, unas cuantas hazas…

P.: ¿De maíz?

A.: De maíz, ¡unas cuantas hazas! Eso ya suponía mucho, de aquella no teníamos falta de comprar nada [de grano], lo teníamos nosotros todo.

P.: Por lo tanto, lo que traía el vecino para moler, se maquilaba y si no lo traía, vendíais de lo vuestro.

A.: Sí, vendíamos de lo nuestro.

P.: Entonces con lo que sembrabais vosotros hacíais la producción para el molino.

A.: Sí, con lo que sembrábamos nosotros, sí, teníamos. Después, antes de morir mi marido, hicieron una fabriquina de queso ahí, indica hacia la Casa Nueva, donde José Antonio Blanco tuvo durante muchos años una industria láctea­ y a mí “Blanquín”, me hizo mucho bien, y las hijas también, y me daban el suero [para alimentar los cerdos]; yo llevaba la leche a vender a la fábrica. Y entre todo hicimos dinero y pudimos arreglar la casa y comprar esa cuadra que tenemos ahí, que era de “Calal”.

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El molín de Corao en la segunda década del siglo XX. Fotografía de Modesto Montoto

P.: A nadie se le escapa que la vida en el campo asturiano ha cambiado de modo radical en los últimos años. La casi total desaparición de la casería, con el consiguiente abandono de los cultivos que tradicionalmente alimentaban a las familias campesinas, ha de causar, por fuerza, un cambio en el trabajo del molino. ¿Es así?

A.: Antes la gente traía moliendines, con dos o tres kilos que tenías que moler…

P.: Y ahora ya no las hay.

A.: Ahora es más cantidad y puedes hacer algo. Y con aquellos manieguinos… ¡No me lo cambies, eh! ¡No me lo cambies! decía la gente y ya no podía ser.

P.: Era mucho trabajo para un rendimiento muy pequeño, aunque fuesen muchos pocos.

A.: Que dicen que hacen mucho, pero… hay que estar allí y tratar con muchos clientes. Claro es que llegan y yo cuando veía a alguien que tenía moliendas y no las tenía molidas, me ponía yo nerviosa. ¡Ay, pero cómo no me lo moliste! decían­.

P.: ¿La gente de los pueblos trae grano para moler?

A.: Sí, siguen trayendo. No como antes, pero sí traen y para comer, la gente lleva mucho para comer.

P.: Pero hay muy pocos que siembren maíz para el consumo humano.

A.: Sí hay, bueno, todavía hay, hombre, no muchos, pero todavía quedan, sí. En esta zona por ejemplo, como andan con las vacas y echan la maizaliega, pues esos menos, porque por aquí ya no se ve a casi nadie sallar maíz.

P.: Entonces, ¿de dónde son?

A.: Mira, vienen y tienen traído sacos de Infiesto, de Borines, de Pola de Siero, porque la gente que no tiene vacas ya, siembra la tierra y trae el maíz para vender y nosotros se lo compramos.

P.: ¡Ah! Les compráis el maíz que traen.

A.: Sí, pero eso no es bastante, y también compramos al almacén, pero siendo maíz bueno.

P.: Sí.

A.: Siendo maíz bueno. De lo que se deduce, que si en esta zona se sembrase maíz, tendría salida su venta a través del molino, pero como no se hace entiendo que no ha de ser rentable para el campesinado.

P.: Hoy el maíz que se siembra es el híbrido. El que se cultivaba anteriormente, ¿recuerdas si le dabais algún nombre?

A.: No, era más redondo, tenía más harina, daba menos casco.

P.: Entonces la harina sería mejor.

A.: Claro. Esto de ahora, porque se atiende el molino…, ahora estuvo picando unas muelas durante unos cuantos días; antes, aunque las muelas no estuvieran tan bien, daba más harina y menos casco.

P.: Y de lo de antes, ¿todavía siembra alguien?

A.: Poquísimos, alguien que siembre un huerto pequeño, una huertina chica, lo tira más el aire, porque crece más la panoya.

P.: Es más delicado.

A.: Sí, el híbrido tiene la panoya más baja y aguanta más.

P.: Vuestro molino tiene una merecida fama, en muchos sitios de Asturias se sabe que el molino existe, que muele y que lo hace bien…

A.: Y en Bilbao.

P.: ¿En Bilbao? ¿También vienen a comprar harina aquí?

A.: Sí.

P.: Esto hay que decirlo.

A.: ¿Sí? se sorprende Amadita­.

P.: Claro, si los vascos lo llevan será por algo, que son muy finos en todos estos asuntos, y lo llevan… ¿para el consumo humano?

A.: Sí porque lo venden en las fiestas.

P.: ¿En las fiestas? ¡Ah!, harán el famoso talo, que es como el tortu nuestro.

A.: Sí, que dicen que sabe muy bien.

P.: ¿Y cómo fue, algún personaje que os encontró o se corrió la voz?

A.: Se corrió la voz, y fue por mediación de un pariente del marido de la hija de Luis el de Olga, que iba mucho a Bilbao y llevó alguna vez harina de aquí.

P.. Bueno, los vecinos, ya que no sembramos maíz, por lo menos corremos la voz para que se sepa que aquí hay un buen molino. El caso es que sigue viniendo gente a por harina.

A.: Sí, de Oviedo, de las cuencas mineras y de todos sitios, llevan poco pero vienen a menudo.

P.: Para el consumo familiar.

A.: Eso es.

P.: Me hicieron el comentario de que incluso os compran personas con celiaquía, enfermedad que se caracteriza por la intolerancia al gluten, y no pueden comer harina de trigo.

A.: También vienen, no muchos, no muchos, pero vienen.

P.: Alguno que se quiere dar un poco la satisfacción…

A.: No, que el médico les dijo que no podían comer nada que fuera de trigo, pero muy recomendado, y los que vienen me dicen: ¡Usted no me engañe!

P.: Claro, que no lleve mezcla.

A.: Llegan, ven la cebada moliendo y dicen:

¿Eso para qué es?

Es cebada para los animales.

― ¡Ay! ¿Pasará a la harina de maíz?

Eso no puede ser, les digo­, pero el polvillo..No pasa, porque se está continuamente echando y sacando.

P.: Amadita, ¿desde cuándo trabajas en el molino?

A.: Bueno, me casé en 1956… 48 años llevo.

P.: De aquellos primeros años, ¿hay algo que se hiciera y no se hace ahora?

A.: No, aquí siempre fue cebada y maíz. Bueno, la cebada no, antes no venía.

P.: Es decir, que la molienda de cebada es moderna, antiguamente lo que molíais era maíz, tanto para el consumo de las personas como de los animales.

A.: Era maíz.

P.: ¿Y se molía algún otro cereal, como la escanda o el trigo?

A.: Nada, aquí nunca. Hombre, todavía venía alguien… por ejemplo, Manolito [Gelot] tiene traído algún saco de trigo, pero a molerlo para pienso, de otra manera no.

P.: ¿Sabes si los sembraba alguien que moliese en otro lugar?

A.: No. Por los cabeceros de Castilla si sembraban otras cosas, como el trigo pero también… escanda ¿sería escanda?

P.: ¿Llegasteis a moler garbanzos en la posguerra?

A.: No, aquí no.

P.: De los otros molinos que por aquí había, ¿te acuerdas? No sé, el de Santianes o el del Corciu.

A.: ¡Ay! En el del Corciu estuve yo una vez en él, porque la mi hermana Celina, la de Covadonga, andaba estraperleando, ¿tú sabes lo que era estraperlear? Compraba huevos y manteca y todo eso, iba a Llenín, a Beceña, con unas cestas… ¡Esa mujer si que trabajó!, íbamos allí [al molino del Corciu] a por harina de maíz que lo llevábamos a Oviedo, iba yo con ella también, ¡todavía había guerra!

P.: Antes de ser tu molinera.

A.: Sí claro, antes de ser yo molinera. Íbamos en el tren y me ponían a mí, yo era una rapaza, no sé los años que tendría, todavía había guerra y me ponían con cosas y me tapaban, ¡qué sé yo! y metían la mercancía, porque andaba la Guardia Civil quitándolo, no se podía hacer eso. Y a Mieres, que teníamos allá familia, nos quedábamos allá, no era como ahora que puedes ir y venir en el mismo día, íbamos a Mieres a dormir.

P.: ¿Y de otros molinos?

A.: En Santianes molía el cantor y ya sería molinero el padre o la madre, no lo sé. ¡Y en Intriago había cinco molinos…!

P.: Ahora están arreglándolos, pero debe ser para el turismo, creo yo.

A.: Sí, Bernardo ayuda a los dueños a ponerlos en funcionamiento, con cualquier duda que tengan. Si volvieran las cosas [la necesidad de los molinos], no queda quien los arregle.

P.: De todas formas, no veo a la gente dedicándose a molineros, yo lo que los veo es poner una casa de aldea, que tenga molino, que lo puedan enseñar a los turistas, que en muchos sitios se hace.

A.: Sí, ahora vienen muchos, a lo mejor vienen pandillas de cinco o seis a ver el molino, pero algunos ya lo vieron, ya saben cómo es.

P.: ¿Del molino de Mundo, te acuerdas?

A.: Sí, me acuerdo de verlo y venía con algún manieguín, que antes lo traían en maniegos.

P.: ¿Qué molían para ellos nada más?

A.: No, para Corao molía, molía, sí. Pero al nuestro venían de muchos pueblos, de Corao Castiellu casi todos venían aquí, de Isongu, y de otros sitios.

P.: Los estudios sobre los molinos reseñan siempre alguna coplilla popular que tenga al molino o los molineros como protagonista o quizá recuerdes algún suceso particular que merezca la pena rescatar del olvido.

A.: Había leído yo “El sombrero de tres picos” [de Pedro Antonio de Alarcón], esa sí es una novela bien guapa.

P.: ¿Y trae alguna?

A.: Sí, pero no la recuerdo. Era un enamoramiento de una que iba al molino. Yo me acuerdo mucho, ¿sabes por qué? Porque yo ya cortejaba con Paulín cuando leí la novela esta y no me la trajo él, me la trajo una maestra que teníamos en casa de pensión, la maestra de Intriago, que era hermana de “Pinín el polesu”.

P.: Y querías saber dónde te metías, querías tener un poquitín de idea.

A.: [Risas] Había una higuera donde el molino y… lo traía muy bien, muy bien estaba y aquí también había una higuera. Había coincidencias.

P.: Y la fama del molinero de ser poco de fiar con la maquila (un diez por ciento del producto).

A.: El grano mengua, porque si el molino está vacío, sin haber molido nada, tiene que cebarse, antes de nada ya pierde allí más de un par de kilogramos.

AmaliaAlonso

Amalia Alonso Alonso

P.: El grano merma también dependiendo del tipo, que dé más casco o menos.

A.: Me advirtió José una vez, que eché una molienda y le dije:

“Mire, no sabe que la molienda de fulano, no sé ya de quien era, no me dio para completársela”.

Le da la risa y responde: “es que el molino come, el molino come”.

¿Pero come… come… cómo? salto yo―.

Es que hay que rellenar lo de alrededor [de la muela] de harina y entonces ya te menguó la molienda.

P.: ¿Qué clientes se acercan hoy al molino? El vecino que ya no siembra maíz, ¿a qué viene, a por un par de kilos de harina para hacer torta?

A.: Sí, para hacer torta.

P.: Si es un ganadero, sus necesidades serán otras. ¿Trae cebada para hacerla harina o para triturarla nada más, para romper el grano?

A.: Para hacerlo harina para las vacas, la gente lo quiere más así porque lo que viene de fuera no les gusta, a las vacas no y a los cerdos menos.

P.: O sea, que el ganado es señorito.

A.: Por eso vienen muchos, lo quieren molido.

P.: Además de la cebada, ¿también llevan maíz para el ganado?

A.: El maíz lo trituramos para las gallinas. Algunos lo traen y nos piden molerlo para las vacas, algo más redondín, sin ser tan fino como para amasar, pero molido.

P.: Hoy, en las casas, ocasionalmente, se sigue consumiendo torta y boroña, y muchos restaurantes, con cocina tradicional o de autor, ofrecen en sus menús platos elaborados con harina: tortos, boronchos, boroña, etc. ¿Está funcionando este sector?

A.: Bueno, hay carniceros en Cangues que hacen el boronchu muy bien, y en Arriondes también. Aquí, Amadita deja traslucir la idea de que esta pueda ser una baza importante en el futuro del molino.

P.: Y llevan la harina de aquí.

A.: Llevan la harina, ¿de dónde lo van a llevar? Y el que no lo vende rápido, lo vende más barato para los animales, no pierde nada.

P.: Claro.

A.: La harina de maíz es delicada, tiene que estar cuidada y hay que meterla en la nevera, porque enseguida se pone ácida.

P.: Una vez molida, ¿qué puede aguantar en buenas condiciones?

A.: No sé, porque yo…

P.: Sí claro, lógicamente, en casa del molinero…

A.: Pues no sé, pero hay mucha gente que dice “todavía lo tengo del año pasado y todavía me vale”.

P.: Ya, pero no lo tienes muy claro.

A.: Yo no lo vi, pero que lo dicen sí y no quedo convencida, no puede ser, entonces están comiendo… y lo digo así. Me acuerdo de mi casa que había un “h.ariñeru” con una tapa y allí echábamos la molienda, y después de una temporada había que desocuparlo y fregarlo con un cepillo por dentro porque tenía esa acidez. Y viendo yo eso y acordándome entiendo que no se puede guardar tanto tiempo. No sé cuanto, en tiempo frío dura más que con el calor…

Se nos ha pasado la tarde y no quiero molestar más a Amadita. Le agradezco la deferencia que ha tenido conmigo, contestando pacientemente mis preguntas. Marcho con la esperanza de que el molino perviva muchos años más, que permita a sus propietarios sostener la economía familiar como hasta aquí ha sido para no lamentar la desaparición de uno de los últimos molinos en funcionamiento de Asturias, pues la significada presencia del molino en el mundo rural debiera protegerse, como afirma Enric Guinot, presidente de la Associació Valenciana d’Amics dels Molins, porque “el mundo rural, las huertas, las edificaciones… tienen un valor, por lo que representan las formas de vida de las personas que nos han precedido, por lo tanto un valor cultural”.

Este valor cultural debe venir acompañado del económico, que permita la existencia del oficio de molinero. Quizá la unión entre la molturación tradicional y la siembra de maíz seleccionado logre cubrir la demanda de harina de calidad para el comercio especializado, hosteleros, carniceros y panaderos, y si el consumo se mantiene, se garantizará la supervivencia del molino de Corao. Es lo deseable.

Francisco José Pantín Fernández

Entrevista publicada en Abamia, cien años de abandono, Corao, Asociación Cultural Abamia, 2004, pp. 49-58.