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Escritores asturianos, Gijón, Guía turística, Pachín de Melás, Turismo
Audaz, expansivo, luchador y despreocupado, así recuerda Emilio Robles Muñiz, Pachín de Melás, a su compañero de escuela, Antonio Nava Valdés, el Mosquitu. Emilio, niño solitario y triste, lo admiraba profundamente; “su diario canto a la vida” –escribe–, lo entusiasmaba[1].
No había evento, fuesen toros, teatro, circo o baile, en el que no entrase sin pasar por taquilla. En este ambiente comienza a ganarse la vida, como recadista, avisador de teatro o revendedor de entradas, despertando en él la vocación de artista. El 4 de abril de 1903 lo encontramos como organizador de la función celebrada en el teatro Dindurra a beneficio de las familias de los fallecidos en el naufragio de la trainera Dolores[2]. Suya es la obra que se representa –o eso dice– pues un sorprendido Melás recuerda que de la escuela salió casi analfabeto. Poco después leemos que es el presidente de la sociedad de declamación “La Estrella”[3].
En su mocedad, aquél niño travieso sin maldad, atrevido sin desorden y que jamás había delinquido en sus correrías y afanes, según refiere Pachín, adquiere hábitos truhanescos que le hacen tropezar varias veces con la justicia[4]. Al cabo se traslada a Madrid donde su carácter y su desdén por las reglas sociales encuentran acomodo en el ambiente de la bohemia literaria de principios del siglo XX.
A partir de 1909, Antonio Nava Valdés firma, supuestamente, varias obras: Nueva senda (Madrid, 1909), zarzuela dramática con música de los maestros Miguel Santonja y José Padilla, estrenada el 8 de octubre de 1909 en el teatro Barbieri de Madrid; El cantor de las cumbres (Madrid, 1910), novela “poemática” de costumbres asturianas; El triunfo de Pierrot, comedieta cómico-lírica en colaboración con Dorio de Gádex[5] y música del maestro Vicente Lleó; La pluma roja, opereta, y Amores de un magistrado (Madrid, 1911).

En 1910 regresa a Gijón y se encuentra con Pachín de Melás en la calle San Bernardo; detrás de él camina un chico con un montón de libros. Se saludan, Nava Valdés acaba de imprimir su novela El cantor de las cumbres y le alarga un ejemplar. ¿Tú escribiste una novela?, pregunta un incrédulo Melás. Sí, le responde, “pero yo no espero a que se venda con toda calma en las librerías. Voy yo mismo colocando ejemplares de casa en casa; es lo más práctico”[6]. Meses después, el 12 de noviembre, representa Nueva senda en el teatro Dindurra[7]. Pachín, atónito, asiste a la función. Al concluir, un sonriente Mosquitu, flanqueado por dos famosas actrices, saluda al público que llena el teatro. A pesar del éxito, no estrenará más obras teatrales.
Vuelve al año siguiente y epata a todos con un nuevo trabajo: Los amores de un magistrado, publicado con motivo del centenario del fallecimiento de Jovellanos. Aunque Julio Somoza lo considera un despropósito sin pies ni cabeza, inverosímil y absurdo[8], a Melás le parece un maravilloso estudio y un verdadero alarde de erudición. Su asombro aumenta: ¿Sería posible que su antiguo compañero hubiese adquirido aquella sólida cultura, aquel estilo tan suave y académico, y tratase un tema tan vasto y difícil?
Ese mismo verano, llega a Gijón el escritor Dorio de Gádex para reunirse con un literato astur (Pachín, amigo suyo, nos oculta el nombre) y Nava Valdés. A los dos primeros los encuentra Melás en el Petit Pelayo, en la gijonesa calle Corrida; recién terminó de leer la novela de Antonio y ha comenzado Al margen de la vida, del gaditano. Casualmente encuentra que ambos escriben con el mismo estilo e igual desenfado. Pronto llega el Mosquitu; detrás un chico llevando algunos libros. Sin decir palabra, Nava Valdés deposita en la mesa, delante de Dorio, unos duros que este recoge en silencio. Repite la operación con el literato asturiano, ahora la cantidad es mayor. De la novela, comenta, todavía le quedan algunos ejemplares pero Los amores de un magistrado “corre como pan bendito”. ¿Qué es aquello?, se pregunta Melás barruntando la trampa[9].
Quizá lo explique el sentido de algunos textos en torno a su novela “poemática”, El cantor de las cumbres. El primero de ellos es una carta del dramaturgo Miguel Ramos Carrión que con encomiable sinceridad le da su opinión sobre la obra, como había hecho años antes respecto a un ensayo dramático. Entre ellos media un abismo: el ensayo “era la prueba fehaciente de una ignorancia absoluta de la gramática y de cuanto se relaciona con las letras”; la novela peca de lo contrario: “revela un deseo, muchas veces pueril, de demostrar que el autor ha leído sin cesar, apasionándose por palabras impropias de las personas que las pronuncian”. Continúa desgranando equivocaciones (el estilo altisonante y enfático; el relato, vano y presuntuoso cuando habla el autor, falso e impropio cuando lo hacen los personajes; la excesiva poetización de los personajes que elimina la rústica naturalidad de la clase a que pertenecen o la poca fortuna en la caracterización de los mismos) y aunque quizá le parezca mal la crudeza de su opinión, se la da para que no la publique en el libro ni de cuenta de ella a nadie, que la guarde y acaso sirva para que al traerle otra obra sea tan buena como puede hacerla y como él vivamente desea.
Por increíble que parezca, Nava Valdés publica íntegra la carta, a modo de prólogo, acompañada de unas palabras preliminares –segundo de los textos– en las que recuerda el consejo de Ramos Carrión: “Trabaje, estudie; y si trabajando y estudiando no consigue usted llevar feliz término sus hoy insensatos proyectos, dedíquese a otra cualquier tarea, quizá menos honorífica, pero también mucho más fácil.” Afirma haberle hecho caso y con socarronería declara que su porvenir artístico, la única hacienda que posee, se le presenta muy halagüeño: “En la presente obra El cantor de las cumbres hay una muestra de lo que soy. El juicio que de ella hace mi eximio prologuista me inhibe de toda autocrítica. ¿Verdad?”
Un amigo y paisano, Edmundo González-Blanco (¿el desconocido literato astur que menciona Pachín de Melás?) manifiesta que la novela es buena, cándida, que divierte sin enfadar y entraña el alma de la tierra asturiana. Sin enmendar las críticas de Ramos Carrión añade nuevos defectos: indecisión de tipos; rapidez en el desarrollo de la narración; cierta inexperiencia en el modo de ensartar los diálogos; precipitación en la determinación de caracteres y en la exposición de episodios. Por fortuna, recuerda su amistad con el autor y no realiza un análisis fríamente técnico pues, advierte, hubiese hallado motivos para una crítica más negativa de esta invocación arcádica de Nava Valdés, al que considera llamado a ser un buen novelista folklórico, a pesar de cierto simplismo en el procedimiento, pues tiene sentimentalismo vigoroso, entusiasmo creciente y, sobre todo, fuerza de raza “que es la suprema fuerza intelectual”[10].
Por último, otra crónica, firmada con el seudónimo Hamlet, completa la sorprendente opinión que envuelve a esta obra. El autor, que también se considera amigo de Antonio Nava Valdés, dice que “tuvo el mal gusto de publicar El cantor de las cumbres”. Menciona que era dueño de una modesta y estimable casa de huéspedes en la calle Fuencarral de Madrid y que con él se podría haber escrito el manual del perfecto hostelero pero que “desde que sintió en la mollera crecer las primeras hierbas de El cantor de las cumbres, empezó a echar la casa por la ventana”. Añade que, contra la agradecida opinión de Edmundo González-Blanco, censuró duramente el libro “no solo por lo que de malo tenía en abundancia, sino porque con la aparición de un mal novelista desaparecía un buen mesonero”[11].
Todo ello configura un trampantojo urdido por los tres amigos, una broma o, por decirlo a su modo, comedieta cómico-lírica que corrobora las sospechas de Pachín. La imposibilidad de encontrar un solo ejemplar de El triunfo de Pierrot y de La pluma roja, confirma el ardid[12]. Cuando Constantino Suárez, Españolito, le pida datos sobre el “literato” Nava Valdés para su obra sobre los escritores y artistas asturianos, a Melás le resultará imposible complacerle: no cree que exista tal autor.

A otro género corresponde su exitosa y pionera guía turística de las tierras asturianas, Turismo – Asturias (Guía para el turista), de la que publicó tres ediciones entre 1913 y 1915. En 1912 estaba colaborando con Luis del Castro en la realización de una Guía para el turista por el Norte de España[13], obra que no se debió llevar a cabo. En la suya, inspirada en la Guía general del viajero en Asturias de Fermín Canella (Gijón, 1899), logró involucrar, como él mismo cuenta en una nota a la segunda edición, a prestigiosas figuras de Asturias y del alpinismo de entonces, entre los que hallamos a Enrique Victorero, director del Gran Hotel Pelayo, de Covadonga, y a Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa de Asturias. Y a reputados fotógrafos, como Pelayo Infante, “el redactor artístico y fotógrafo de Cangas de Onís, que me acompañó tantas veces y que a pesar de su modestia ha colaborado con hermosas composiciones”.
Antonio Nava Valdés visita a Pachín de Melás y le propone escribir la parte descriptiva de Gijón para un próximo libro, también turístico; ha dejado la literatura y ahora se dedica a una labor puramente comercial: expansionar el turismo. Ha encontrado su sitio, está en su apogeo y alardea ante el antiguo compañero de escuela de sus visitas a directores generales y consejeros, de los anuncios de hoteles y bancos, de pases, tarjetas y cartas de los más altos personajes[14]. Pocos días después, Pachín recibe una tristísima noticia: Nava Valdés ha muerto.

La mañana del lunes 21 de junio de 1915, el vecindario de Cangas de Onís se despierta con una infausta novedad: en el río Güeña, en el sitio de La Morra, ha aparecido un cadáver. A las cuatro de la mañana, José Labra, vecino de este lugar, advirtió en la margen izquierda del río, casi frente a su casa, a un hombre ahogado y dio parte a uno de los serenos, que se apresuró a ponerlo en conocimiento del juzgado de instrucción. Una hora después se constituyó allí la justicia, ordenando el levantamiento del cadáver que fue identificado inmediatamente. Nava Valdés pasaba frecuentes temporadas en Cangas de Onís donde era muy conocido por su afable y cariñoso trato, además de por sus libros[15].
Registrado el fallecido, que apareció completamente vestido, se hallaron en sus bolsillos un billete de 50 pesetas, otro de 25, algunas monedas de cobre, varios recibos de anuncios que inserta su guía turística y un décimo de lotería, pero ningún documento que explicase lo ocurrido. Fue trasladado el cuerpo al cementerio donde, a las tres de la tarde del día de autos, el médico forense Amador Blanco Caso, con la ayuda de su colega José Álvarez Valdés, realizó la autopsia que certificó su muerte por ahogamiento, sin señales exteriores de lesiones.

Había llegado a Cangas de Onís el domingo 20, procedente de Oviedo, y algunas horas después pidió un coche para trasladarse a la venta de José de Castro, en Sotu Cangues, donde tenía previsto quedarse, ordenando al cochero que se volviese. Pasó la tarde en La Venta, mostrándose con las personas presentes muy expresivo. Cenó y a las once de la noche se retiró a su habitación para acostarse aunque pronto cambió de opinión, comunicando al dueño que se volvía para la ciudad, haciéndolo a pie y en noche oscurísima. Llegando a Cangas de Onís cayó o se tiró al río en el sitio llamado El Escobiu, quedando su sombrero enganchado en el bardal.
¿Accidente o suicidio? Se especuló con una carta escrita a última hora, remitida a su destino por medio del cochero, pero las diligencias practicadas no permitieron averiguar lo ocurrido. Pachín de Melás descartaba el suicidio dado su carácter y teniendo dinero, como aparentemente era el caso, no creía posible que atentara contra su vida.
Antonio Nava Valdés, aquél humilde niño gijonés osado y vitalista, dotado de un talento natural que le permitió caminar por la vida bordeando las convenciones sociales, el pícaro Mosquitu, encontró la muerte, cuando ya volaba alto, en una oscura y desdichada noche de Cangas de Onís, en cuyo cementerio yace.
* * *
Francisco José Pantín Fernández. Artículo publicado en el Boletín de fiestas de San Antoniu, Cangas de Onís, Sociedad de Festejos (SFC), 2023.
[1] Robles Muñiz, Emilio, Pachín de Melás: “El Mosquitu literato y autor dramático”, en La Prensa, Gijón, año XV, núm. 4478, 6 de diciembre de 1935, p. 5. Antonio Nava Valdés nació en Gijón hacia 1875, aunque diversas noticias indican otros años, 1880 y 1882. Pachín de Melás, que nació en 1877, dice que fueron juntos a la escuela.
[2] El progreso de Asturias, Oviedo, año III, núm. 389, 3 de abril de 1903, p. 2. Sobre el naufragio, vid.: El Noroeste, Gijón, año VII, núm. 2187, 25 de marzo de 1903, p. 2.
[3] El progreso de Asturias, Oviedo, año III, núm. 436, 27 de mayo de 1903, p. 2.
[4] El Noroeste, Gijón, año VII, núm. 2405, 24 de octubre de 1903, p. 2; Boletín Oficial de la Provincia de Oviedo, núm. 192, 26 de agosto de 1904, p. 4; Gaceta de Madrid, núm. 57, 26 de febrero de 1905, p. 758; El Cantábrico, Santander, año XII, núm. 4084, 23 de julio de 1906, p. 2.
[5] Seudónimo literario del gaditano Antonio Rey Moliné.
[6] Pachín de Melás, El Mosquitu, p. 5.
[7] El Noroeste, Gijón, año XIV, núm. 4933, 11 de noviembre de 1910, p. 4.
[8] Somoza García-Sala, Julio, Registro asturiano, Oviedo, 1927, p. 258.
[9] Robles Muñiz, Emilio, Pachín de Melás: “El Mosquitu vuela alto y… muere”, en La Prensa, Gijón, año XV, núm. 4495, 26 de diciembre de 1935, p. 5.
[10] González-Blanco, Edmundo, “Una novela de costumbres asturianas”, en El Liberal, Madrid, año XXXII, núm. 11203, 4 de junio de 1910, p. 5.
[11] Hamlet, “Reporterismo pintoresco : Los concursos y los talentos”, en El Debate, Madrid, año II, núm. 192, 11 de abril de 1911, p. 1.
[12] Según Miguel Ángel Buil Pueyo se sabe de su existencia por ser citadas, la primera, en tres obras de Dorio de Gádex (Princesa de Fábula, Cambio de Postura y Al margen de la vida) y en El cantor de las cumbres (pp. 23-24): “Vicente Lleó, el popular e inspirado maestro, pone la música a El triunfo de Pierrot, comedieta lírica, en la que ha colaborado un novelista joven y de gran mérito: Dorio de Gádex. Esta obra se estrenará en Eslava en la próxima temporada”; la segunda, únicamente en El cantor (p. 24): “para Apolo tengo una opereta de gran espectáculo que titulo La pluma roja, donde la vida fastuosa de la Florencia de los Médicis y la Venecia del Tiépolo redivive (sic) triunfal.”
[13] El Cantábrico, Santander, año XVIII, núm. 7064, 4 de septiembre de 1912, p. 2.
[14] Robles Muñiz, Emilio, Pachín de Melás: “El Mosquitu vuela alto y… muere”, en La Prensa, Gijón, año XV, núm. 4495, 26 de diciembre de 1935, p. 5.
[15] El Auseva, Onís (sic), año XXV, núm. 1264, 26 de junio de 1915, pp. 2-3.
Estupenda biografía de este asturiano que supo salir en tiempos tan difíciles adelante. Desconocía su vida y obra.
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