Benjamina Miyar Díaz nació en Corao el 9 de agosto de 1888. Aprovechamos el aniversario para publicar uno de sus primeros retratos, fechado en el año 1914 como se puede comprobar en la propia fotografía. Benjamina logra captar el temple y la recia personalidad de su vecino Antón Santos, que viste a la manera moderna pero aún hace gala de asturianía calzando las tradicionales madreñas y cubriendo la cabeza con la montera picona. En primer plano, unas manos fuertes como símbolos del duro trabajo del campesinado.

Antón Santos, el Perexilu, vecino de Corao
1914
Benjamina Miyar
Col. Asociación Cultural Abamia. Cedida por Ignacio Cuervo Luengo (Corao)
La dura existencia del campesino asturiano tenía un epílogo amargo en los años de la vejez. Aunque el Congreso de los Diputados reconocía la injusticia que suponía la exclusión de los trabajadores agrarios de la mejora de los derechos sociales, al regularse en 1919 el retiro obligatorio de los obreros industriales, la solución a esta situación de agravio fue dilatándose por los sucesivos gobiernos hasta la llegada de la Segunda República. Quedaban al margen amplios sectores del campesinado (pequeños propietarios, arrendatarios, aparceros, colonos…) que eran predominantes en las regiones del norte de España.
Sin pensiones de vejez, los ancianos carentes de fortuna quedaban obligados a depender de sus hijos. En 1917, El Orden publica un artículo titulado «El problema de la vejez», una invitación para unirse al sistema de pensiones que por entonces era voluntario, pudiendo pagarlo claro está. El modo repulsivo en que se expresa el anónimo autor nos permite comprender el significado de ser un anciano pobre. Después de realizar unos cálculos basados en una cotización de 13 pesetas mensuales, se estimaba una pensión a los sesenta años de 300 pesetas anuales:
En números redondos, unas 300 pesetas, ¡60 duritos al año! ¡5 duritos al mes! Claro está que con este dinero no hay que soñar en vivir en hotel propio y con automóvil a la orden. Pero un viejo que trae consigo cinco duritos mensuales ya no es un parásito, ya no es una boca inútil ni una carga molesta en ninguna parte. Si se va a vivir con algún hijo o hija casada, a este matrimonio joven les cubre el renglón casero, y aún quizá sobre algo. No será un negocio tener el viejecito en casa; pero si no es negocio, es, por lo menos, un arreglito. Una cucharada más de garbanzos al puchero, y el viejo come, unos remiendos curiositos a la ropa, ya usada, del hijo o del yerno, y el viejo está vestido. Todo eso sale por una friolera. El casero, en cambio, no sale por una friolera; pero el casero precisamente lo paga el abuelo. ¡Al pelo! Y así se arreglan los pobres.
La fotografía procede de un negativo en vidrio que ha sido positivado por Tadeo Pantín Bobia.
Fotografía y comentario publicados en Pantín Fernández, Francisco José, Cangas de Onís 1918, vida en torno a un centenario, Cangas de Onís, Ayuntamiento de Cangas de Onís, 2018, pp. 158-159.