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Alfonso Camín, Concejo de Onís, Revista Norte, Talaveru, Talla en madera

Es aldeana. Modesta. Inteligente. Con una luz clara que le brilla en los ojos mansos, hechos a la dulzura del paisaje. Se llama María Rodríguez y habita en una casita alegre, colgada del Pico de Torcenal, en el concejo de Onís, de la Asturias montañera. La aldeana, nacida en aquel medio rural, hace todo lo que todas las de su edad: cuida de la vacas, recoge la “toñada”, “maza” la leche para fabricar queso, lanza al viento una canción entre “ixuxús” bravíos, y aún, en un exceso cordial de vitalidad, tiene tiempo para dedicarse al arte. A un arte primitivo, tosco, ingenuo, pero arte al fin. María Rodríguez, que tiene veintinueve años, no ha salido de la zona aldeana. No oyó hablar de escultura ni de escultores famosos; desconoce todas las teorías del arte, y, sin embargo, intuitivamente, la buena moza aldeana, a ratos perdidos, con una cuchilla por toda herramienta, se enfrenta con un tronco de árbol, hinca la punta en la madera y logra esas figuras, como la que ilustra estas páginas, en las que lo rústico y tosco de la talla no impide ver la aptitud y el temperamento artístico de la autora.
Para hacer de María Rodríguez una artista de fuerza y armoniosa al mismo tiempo, sólo bastaría un cultivo perfecto de su temperamento original. Porque la idea, lo íntimo, el sentimiento, es indudable que la buena moza aldeana lo posee por naturaleza. ¿Pero quién arranca a esta simpática rapaza del paisaje nativo para encauzarla por el derrotero del arte? El arte, para ella, reside exclusivamente en esos troncos que su mano va labrando pacientemente, y lo demás no lo comprende. Nosotros se lo hemos insinuado:
–¿No te gustaría ir a una Academia, a una gran ciudad, a cultivar esa disposición que tienes para el arte escultórico?
Y María se ha reído de nuestra pregunta.
–¡Quiá! ¡No, señor! Estoy tan a gusto aquí que no lo cambio por nada.
Insistimos nosotros:
–Pero, ¿y si llegaras a ser famosa?
–¿Y qué?
–¿Entonces tú no sientes un orgullo íntimo en que los demás admiren lo que haces?
–Hombre, tanto como eso… Ya lo creo que me da gusto; pero…
A María Rodríguez no hay manera de desplazarla del medio aldeano. Se encuentra muy dichosa entre sus vacas y sus prados, con una canción en los labios y la silueta arriscada de los picos frente a sus ojos.
Hemos visto alguna de las tallas hechas por esta moza asturiana. Y verdaderamente, hay que confesar que hay en ellas, por sobre lo tosco de la forma, una idea motriz y acertadísima que se vislumbra en las dentelladas de la cuchilla, que van comiendo el tronco salvaje en una busca infantil e inconsciente del arte.

Las tallas de María Rodríguez podrían pasar por eso que la vanguardia llama retorno a lo ingenuo, a lo sencillo; pero lo grande es que la moza aldeana no ha oído hablar de escuelas y no tiene idea de la evolución del arte desde los tiempos primitivos. Ella busca la perfección y se afana por hallarla. Sin embargo, le falta mucho para lograrlo. ¿No les pasará a los “modernos”, a los iconoclastas del arte, lo mismo que a esta buena moza aldeana? ¿Que su arte sólo es un balbuceo, sin cuajar, sin una ruta segura? No fuera difícil. Con el pecado, además de que lo que es en María Rodríguez ingenuidad e infantilismo, acaso en los vanguardistas sea impotencia rebelde cuquería muy siglo XX.
[Camín, Alfonso], “Las tallas de María Rodríguez”, publicado en la revista Norte, Madrid, año III, núm. 16, febrero de 1931.
* * *

María Rodríguez Pérez era natural de Onís donde nació en 1902, hija de Gervasio e Isabel, y vecina de Talaveru. Vivía en la casa más alta del pueblo y quizá fuese “una casita alegre”, según escribe Alfonso Camín, pero por supuesto no estaba colgada del Picu Torcenal como dice nuestro hiperbólico autor.

Vagos recuerdos familiares nos indican que era muy curiosa en todo lo que hacía, en especial en la confección de trajes de aldeana; quizá alguno se conserve por Onís, guardado en vieja y tallada arca. Son evocaciones unos años posteriores a la fecha de publicación de este artículo, cuando María Rodríguez Pérez ya había salido de las prisiones franquistas tras su condena en consejo de guerra a 20 años de cárcel[1], el 20 de enero de 1938, por su lealtad a la República y por haber sido nombrada directora de un taller de costura del Socorro Rojo Internacional (debió ser indultada en 1943 o 1944).

Se conservan en mi archivo familiar un par de fotografías: una, realizada por Ángel Álvarez (hijo, con toda probabilidad) fotógrafo establecido en Cangas de Onís hacia 1915, en la que vemos a una adolescente María. Está dedicada a María Josefa Fernández Martínez, también vecina de Talaveru. Dice así: “A mi querida amiga Josefa, en prueba de amistad, su amiga María Rodríguez Pérez. Torcenal: Talavero” [He corregido la puntuación]. La otra es un retrato de tres cuartos donde podemos ver a la guapa moza que cantase Alfonso Camín, poeta prolífico, exuberante, de rima fácil y gusto por lo anecdótico, con buenos amigos en Onís, muchos presentes en su revista Norte.
[1] Laruelo Roa, Marcelino, La Libertad es un bien muy preciado [Recurso electrónico]: consejos de guerra celebrados en Gijón y Camposancos por el ejército nacionalista al ocupar Asturias en 1937, testimonios y condenas, [Gijón]: [Marcelino Laruelo Roa], [1999], p. 79.
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