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c. 1920
Nueva Fotografía (Llanes)
Col. Asociación Cultural Abamia. Cedida por Josefina Simón del Dago (Coraín)

El retorno de los emigrantes durante el verano era sinónimo de fiestas, de meriendas donde se reunían antiguos vecinos que retomaban amistades interrumpidas por la distancia y de excursiones en las que el «americano» avivaba los recuerdos de su infancia o simplemente disfrutaba de la belleza de su patria, siempre presente.

La contemplación del lago Enol, de las majadas de los pastores y del progreso representado por la explotación minera de Buferrera, que quizá no era nada cuando el emigrante embarcó en busca de fortuna, eran alicientes irresistibles para una jornada de ocio, para una gira a los puertos. Si además la excursión se hacía en burros y el que sufragaba los gastos contrataba a un gaitero, la diversión estaba asegurada. Podemos imaginarnos el desorden de la marcha, al albur de las caprichosas cabalgaduras, y las risotadas ante las caídas de los jinetes, conformes con que el sabio no se negara a transportar la carga. Se lo decía Gabriel Cencillo a su amigo Celestino Pellico, presidente del Centro Asturiano de Madrid, en una carta abierta titulada «Una excursión al Lago Enol», publicada en El Auseva en 1895:

Por la carretera nueva en construcción, no bajamos, preferimos el camino antiguo; allá la veíamos culebrear entre el verdor del paisaje; y por cierto que contemplándola me asaltó esta reflexión: cuando los touristas puedan recorrerla y llegar cómodamente a su término ¿se habrá acabado la poesía del viaje de Lago Enol? Porque, para mí, siendo los caracoles lo principal, no valen lo que la salsa; y la salsa en este caso son los accidentes y peripecias que ofrece hoy esa excursión.

Accidentes y peripecias que meses después, allende los mares, alegrarán la tertulia con otros emigrantes o provocarán un momento de ensoñación cuando lo permita la cotidiana tarea de labrarse un capital.

La excursión para ser perfecta requería la presencia del gaitero, de algún aficionado a entonar canciones asturianas y la improvisación de algún baile ancestral, como la danza prima, la jota o la giraldilla. Si el indiano quedaba prendado de alguna guapa moza y era correspondido, una etapa más del ciclo vital del emigrante quedaba superada.

La fotografía fue realizada en el poblado minero de Buferrera y el gaitero que amenizaba la excursión, a nuestra derecha vestido al modo tradicional, es José Simón, Pepe el Popular o Pepe el panaderu, gaitero de Isongu.

Fotografía y comentario publicados en Pantín Fernández, Francisco José, Cangas de Onís 1918, vida en torno a un centenario, Cangas de Onís, Ayuntamiento de Cangas de Onís, 2019, segunda edición, pp. 118-119.