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Siempre, al coger nuestra desaliñada pluma para trazar insignificantes pensamientos; una duda atormentó nuestro ser, e hizo temblar nuestra pobre imaginación. Como carecemos de la facultad de buscar esas frases elegantes y esas cláusulas elocuentísimas, que tanto realce prestan y tanto brillo al escritor le dan; como no podemos adornar a nuestros humildes, humildísimos trabajos con otros rasgos ni otros coloridos que el colorido y rasgo que brotan de escasa inteligencia, dudamos un instante temiendo el justo fallo de nuestros lectores. Pero pasa esta duda como relámpago fugaz, que la juventud opónese a la razón, que en las primeras edades de la vida jamás se reflexiona, que si obstáculos encuentra el cerebro destrúyelos la impetuosidad del corazón y cogemos la pluma y trazamos nuestros pensamientos. Hoy le corresponde a un asunto sencillo en la apariencia pero con inmensas dificultades; el error más grande en que incurrir podamos es pretender describir la naturaleza.
Corao, es indudablemente una de las aldeas más preciosas de Asturias. Para los que jamás aspiraron el embriagador aroma de nuestras montañas, ni hincaron su rodilla ante el monumento que da testimonio del heroico valor de nuestros antepasados, ni contemplaron los pálidos rayos de la luna reflejarse en las cristalinas aguas de nuestros tranquilos lagos, ni enviaron su plegaria al divino artífice cuando la aurora se dibuja en el horizonte, ni pasearon por nuestras aldeas, ni cazaron por nuestros bosques, ni escudriñaron en unas palabras nuestras innumerables bellezas, para esos, repetimos, es inútil, completamente inútil nuestra descripción, que para extasiarse y conmoverse es necesario que hieran su retina como todos los días hieren la nuestra los vistosos colores del rayo lumínico descompuesto por las gotas de agua que desprendidas de hermosísima cascada bañan perfumada rosa. Para nosotros son, pues, estos renglones.
No somos hijos de Corao; no hemos tenido la dicha de ver la luz en esta aldea. Pero si bien no nacimos en ella, allí nació, digamoslo así, nuestra inteligencia, allí se desarrolló nuestro organismo, allí tuvimos nuestros primeros y únicos infantiles juegos; le amamos como si en ella se hubiera mecido nuestra cuna. Al volver a nuestra patria fuimos a verla, que no podíamos olvidar ni el dilatado éter de su firmamento, ni la verde alfombra de su suelo.
Cerca de Covadonga, alimentada con su espíritu y vivificada por el Auseva, hállase Corao situada en pintoresco valle, fertilizada por el Güeña y un pequeño río, circundada de montañas donde tienen su asiento en forma de anfiteatro multitud de caseríos y pueblecillos, ocultas sus lindas casas por frondosas alamedas y poblados bosques de castaños y rodeada de grandiosas huertas, es una aldea codiciada para el reposo de fatigadas inteligencias, para la tranquilidad de cansada imaginación, para que el organismo recobre su salud, perdida muchas veces en el oleaje de los desengaños. Y en ella, continúan arrancando secretos a la naturaleza hombres enciclopedistas de los humanos conocimientos, y en ella establece su industria relojero tan conocido como el Sr. Sobrecueva y en ella moran familias respetables, por su posición social y sus incomparables virtudes.
Hace pocos días, el 14 y 15 del presente mes se celebró en Corao la romería que anualmente se verifica. De tal modo ha variado esta fiesta que nos sorprendió agradablemente. En la velada, la preciosa arboleda que en el centro de la aldea vegeta apareció iluminada por multitud de caprichosos farolillos; lanzaban al aire sus armoniosos ecos desde una orquesta que nada absolutamente nada dejaba de desear, hasta la tradicional gaita que nos hacia palpitar de gozo al escuchar su melodía, ora alegre en sus infinitas variedades; ora triste remedando entrecortado suspiro; aquellos aldeanos, sencillos sí, ignorantes es verdad, pero jamás groseros, siempre atentos y cariñosos, gozaban con sus cánticos y diversidad de bailes; y sobre todo, una deliciosa noche donde la luz escasa y débil que el hombre se había proporcionado era apagada por la majestuosa luna, luz de la inmensidad, donde la estela de fuego que el volador dejaba tras sí al ascender por la atmósfera, era oscurecida por la ráfaga luminosa de la Vía Láctea.
Al día siguiente, la fe, el manjar que nos consuela en los grandes dolores respirábase bajo la bóveda de la iglesia de Abamia, preciosa joya monumental de arquitectura, con el sepulcro primitivo de Pelayo, el chapitel de su bizantina puerta, el retablo de su altar mayor que heréticas manos profanaron. Esplendor dentro, decorada con lujo exteriormente, gallardetes en su derredor, fuegos artificiales por todas partes, las notas de las músicas y el vibrar de las campanas, todo, contribuyó a amenizar la fiesta y hacernos desear que las horas no pasasen tan rápidamente y que la noche no extendiera tan pronto su negro manto.
Ningún habitante de Corao, por escasos que sus recursos fueran, dejó de contribuir para tan magnífica fiesta. Lejos está de nuestro ánimo el zaherir personalidad alguna, pero aquellos que más se distinguieron, los que más entusiasmo demostraron, los que la organizaron y la dirigieron fueron dos jóvenes, Felipe Llanos e Ismael Miyar.
Terminemos; obstáculos se presentan a esta función, tratan de oponérsele dificultades y los que así piensan olvidan, ¡tal es su alucinación!, que en Corao hay fe y amor a su patrona; que en Corao, hay una juventud que no satisfecha, todavía espera dar mayor lucimiento si cabe en los sucesivos años; y que Corao es aldea y la aldea es virtuosa, hace degenerar las pasiones y allí la agitada vida humana conviertese en tranquila y sosegada existencia que hace bendecir a cada momento al divino arquitecto del universo.
20 de agosto de 1875
Elías José Con y Tres
Con y Tres, Elías José, «Corao [La festividad de Nuestra Señora en el año 1875]», parcialmente publicado en el Boletín de Fiestas de Nuestra Señora, Corao, Asociación Cultural y Recreativa Abamia, año 1997. Gentileza de don Celso Diego Somoano, fallecido cronista oficial de Cangas de Onís.