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por Manuel Pascual de Francisco

I

Difícil es trazar de modo acertado la biografía de un hombre al que conocimos personalmente. Más difícil aún escribir la biografía de un amigo. Conocidísima es la anécdota de aquel historiador que presenció desde su balcón un hecho minúsculo -una riña de muchachos- y al comentarla después con otro testigo presencial no pudieron ponerse de acuerdo respecto a lo que habían visto. El historiador, entonces, rompió los manuscritos de una “Historia de Alejandro el Grande” que estaba componiendo, y dijo al consumar su labor destructora: – “Si no conozco la verdad acerca de un hecho sencillo que yo mismo tuve ocasión de ver, ¿cómo he de conocerla respecto a cosas tan remotas como las hazañas del gran Alejandro?”

Obró, a nuestro juicio, equivocadamente el tal historiador. Más fácil es conocer la verdad acerca de lo remoto que de lo próximo. Lo remoto ha sido tamizado por el tiempo y contrastado por las distintas opiniones. No ciega la pasión ni la bandería.

La misma naturaleza nos lo advierte. Para ver las cosas en conjunto, como debe verse una vida que se extinguió, hay que apartarse un buen trecho. No se ve un cuadro arrimando los ojos al lienzo ni la historia se conoce por los periódicos -cercanos a los hechos- sino por los libros -más alejados de aquellos.

Justifica esto la primera parte de nuestra afirmación. La segunda es demostrable fácilmente. Si el odio quita ecuanimidad para la censura, el afecto hace recusables los elogios. Uníanos sincera amistad a don Elías José Con y Tres. Pero, trataremos, en la medida que nos sea posible, ser justos al evocar su figura. De nuevo diremos, -ampliándola- la frase que encabezó uno de nuestros pasados artículos: “Tras la muerte no debe haber adulación ni rencor; pero sí justicia”.

***

Este modesto trabajo no va a ser, en rigor, una biografía. Nos faltan para ello datos precisos y continuados de la vida del biografiado. Así que no será de extrañar que incurramos en algún error de fecha, por el que de antemano pedimos benevolencia a los lectores. A los señores que bondadosamente nos han facilitado materiales para esta obrita vaya nuestra gratitud. No incluimos hoy aquí sus nombres porque la lista estaría incompleta, ya que esperamos algunos datos solicitados, pero lo haremos al final del ensayo.

Y ahora digamos algo del plan a seguir:

En Con y Tres, como en todo ser humano, existían distintas personalidades, correspondientes a los varios estímulos y deseos de su intelecto. No puede confundirse la figura del Con y Tres militar con la del Con y Tres orador y literato, ni estas dos con la de Con y Tres pensador.

Junto a esta trinidad, y acomodándose, como es lógico a los distintos aspectos enunciados, se dibuja la figura del Con y Tres íntimo y familiar.

Ahora bien; su afición primera, la medicina, como hija de la juventud, es la más sincera de todas. Quizá él mismo no lo creyera así y supusiera que el Con y Tres literato, político y filósofo se anteponía al Con y Tres médico, hasta oscurecerle.

Pero no fue así. Lo que ocurrió fue que con el tiempo llegó a comprender que las inteligencias necesitan más que los cuerpos de los auxilios médicos, y entonces cogió con más frecuencia la pluma que el bisturí. Pero la pluma fue en sus manos instrumento médico, y con ella hizo disecciones de almas en la soledad de su despacho, como antes realizó estudios craneoscópicos en las islas Filipinas.

***

Nació don Elías José Con y Tres, en Mestas, parroquia de San Pedro de Con, en 1855. Muy joven aún pasó a Madrid, donde hizo sus estudios, adquiriendo a la edad de 21 años el título de licenciado en medicina y cirugía.

Nada hay en este primer periodo de su vida que pueda inducir a suponer el rumbo que había de emprender el joven médico. Diversos horizontes se abren ante él. El título conquistado tras rudos afanes le garantiza un decoroso pasar. Pero sus ojos, que en la niñez contemplaran las verdes montañas de Asturias, que a lo lejos se recortan sobre un cielo nuboso, no se avinieron a ver siempre las casas madrileñas, verdaderas montañas de ladrillo, huroneras cortesanas, donde los pulmones aspiran aire enrarecido y el horizonte se trunca por las urbanas construcciones.

Dentro de su ser brincaba, retozón, ese diablillo, tan asturiano y tan simpático, que se llama “deseo de aventuras”. Esa ansia que hace que los astures abandonen su hermosa “tierrina” siempre verde y siempre grata, en tanto que en otras regiones los hombres aparecen como cosidos a la tierra huraña y avarienta.

Elías José Con y Tres, en su juventud

Y el diablillo aventurero que retozaba en el pecho de nuestro biografiado triunfó al fin, y le hizo trocar el indumento civil por el uniforme del soldado. Y a los 22 años de edad ingresó, tras brillantes ejercicios, en el cuerpo de Sanidad Militar, ansioso de gloria y de aventuras, pero no cifrando una y otras en los rojos triunfos guerreros, sino en los humanitarios y científicos de su profesión.

¡Bien satisfizo sus deseos de ver tierras y mares el joven médico militar! Sin garantizar que esté la lista completa, sabemos que estuvo en las islas Canarias, en la epopéyica Gerona, en la inmortal Zaragoza, en la populosa Barcelona, en la isla de Cuba, en Marruecos y en el archipiélago filipino, que ardía en cruel guerra contra la Metrópoli.

Si ambición tuvo, ¡con creces fueron colmadas sus juveniles inquietudes! Desde el cargo de practicante en la beneficencia municipal de Madrid, y alumno, por oposición, del Hospital de la Princesa, en sus mocedades de estudiante, hasta secretario del ministro de la Guerra en septiembre de 1889, en plena juventud todavía, a los treinta y cuatro años.

No se deslumbró ante su brillante triunfo y comprendiendo que su puesto estaba en las remotas islas Filipinas, foco de constante agitación separatista, solicitó y obtuvo pasar a aquel archipiélago en 1892.

En Filipinas realizó sus más arduos trabajos, desempeñó cargos importantes y de responsabilidad y consolidó de modo definitivo la fama conquistada anteriormente.

El que fue, entre otras cosas, jefe de clínica en los hospitales de Manila y Malate, director del de Cavite y de las enfermerías de Piddig, Bontoc y Reina Regente, luchó como bueno con la espada, con la pluma y ejerciendo su piadosa profesión. Le vemos, ora en los campos de batalla, conquistando la Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo, de primera clase, pensionada, y la placa de segunda clase y la medalla de la campaña de Aguinaldo; ora escribiendo brillantes trabajos para los periódicos filipinos y peninsulares o entregado al estudio de la craneoscopia igorrótica, cubicando cerca de 10.000 cráneos indígenas, u organizando el establecimiento de sanatorios, sin perjuicio de atender las diarias ocupaciones que sus cargos le imponían.

Tanta actividad hubo de minar su organización física, y aquejado de dolencias de índole hepática, regresó a la península en 20 de enero de 1898, buscando alivio a sus padecimientos, que no hubo de hallar, pues que, después de una estancia de meses en Barcelona, solicitó y obtuvo el retiro tan legítimamente conquistado, confinándose voluntariamente en su pueblo natal, en el que, casi sin interrupción, ha permanecido hasta su muerte.

Esta es, en líneas generales, la vida exterior de don Elías José Con y Tres. Pero con ser ejemplar, queda oscurecida por la labor callada, modesta, realizada en su retiro. El hombre a quién sonrió la fortuna; el que posó su mirada tranquila en las tierras y mares del Oriente lejano y del no menos remoto Occidente; el que vio costumbres diversas; oyó dialectos e idiomas diferentes; contempló hombres de distintas razas; buceó en la oquedad de los cráneos, buscando en ellos fragmentos de verdad, y estudió incansable, atormentado por la divina inquietud del que desea avanzar, avanzar por el camino del saber; ese hombre, repetimos, tiene otra biografía, más fácil para ser sentida que para ser escrita. Es la biografía interior; el estudio de su carácter, de sus costumbres, de su ideología; es el análisis de su valor ético e intelectual. Los datos que en el artículo de hoy damos, son como los cimientos del edificio biográfico.

En el artículo próximo trataremos de elevar sobre este pedestal la efigie venerable del hombre bueno y sencillo, de gran corazón y luminosa inteligencia, que en vida llamóse Elías José Con y Tres.

II

En el artículo anterior presentamos el esquema biográfico de don Elías José Con y Tres. Tócanos hoy hablar de uno de los aspectos de su vida. Su vocación militar.

Todo acto es consecuencia de una serie de factores determinantes. Todo es, pues, lógico en la esfera de los hechos y una serie de acciones engendra otra de reacciones acomodadas a aquella.

¿Cómo el joven médico Con y Tres, amigo del reposado meditar en la soledad de un gabinete de trabajo; enamorado de la pedagogía, como más adelante veremos; amante de la paz, que solo concebía la lucha en el terreno de las ideas; cómo, repetimos, se decidió a abrazar la carrera de las armas, siquiera fuese en esfera acomodada a sus conocimientos?

En este hecho, se encierra toda la psicología de Con y Tres a los veintidós años.

Su cultivada inteligencia no podía por menos de advertirle los inconvenientes de tal determinación. Ser militar no es una profesión, sino un estado. El uniforme que los distingue no es un vano adorno, sino un símbolo. Representa el sacrificio de todas las actividades y todas las convicciones a una idea determinada.

El militar, como el clérigo, han de pensar en militar y en clérigo. El espíritu corporativo absorbe la personalidad.

Y en esto que decimos no hay censura para nadie. Cualquiera que sean las ideas que nosotros tengamos, toda otra, por contraria que sea a la nuestra, mantenida con firmeza y convicción, es acreedora al mayor respeto. ¿Puede haber nada más sublime que el renunciamiento voluntario, sincero y consciente?

Los que consagran su vida a un ideal, sea religioso, científico, artístico o sociológico, merecen respeto, aunque sus tendencias sean, a nuestro juicio, equivocadas. Felipe II fue, en nuestra opinión, funesto a España, pues es el promotor de la decadencia del país, amasada con su intolerancia y fanatismo. Le combatimos, pero no por ello dejamos de estimar trágicamente grande su lívida figura. Le salvan su intención y su idealismo. Y mencionamos a este personaje histórico porque su nombre es bandera de combate, a cuya sombra hoy, cuatro siglos después de su muerte, se lucha encarnizadamente entre los que se aferran al pasado y los que miran al luminoso porvenir.

Y volviendo a nuestro biografiado, diremos: ¿qué causas le impulsaron a abrazar la profesión militar a él, acostumbrado a ver los amplios horizontes de la tierrina? Tal determinación es la resultante de un sistema de fuerzas combinadas.

Corría el año de 1877. El intento revolucionario de septiembre de 1868 que tuvo su apogeo en Alcolea, y que herido gravemente por las balas que privaron al general Prim de la existencia, arrastró lánguida y azarosa vida con Amadeo de Saboya y fue herido de muerte por don Manuel Pavía, acababa de recibir recientemente —en 1875— el golpe de gracia que le diera Martínez Campos en Sagunto restaurando en el trono a don Alfonso XII.

La joven monarquía parecía dispuesta a renovar y pacificar el país. En el canto de las monedas figuraba la leyenda “Justicia y Libertad”. La desilusión por la revolución fracasada, el ambiente general, hicieron mella, como no podían por menos, en el espíritu juvenil de Con y Tres. Y esto, unido al deseo innato de aventuras, le determinaron a hacer oposiciones al Cuerpo de Sanidad Militar.

Y, en honor de la verdad, hemos de decir que esta determinación del joven médico fue equivocada. Sus nuevas ocupaciones le restaron inevitablemente horas de meditación. Es cierto que sin su nueva profesión improbablemente hubiese llevado a efecto los viajes que realizó y adquirido los vastos conocimientos que poseía acerca de aquellos remotos países. Es cierto también que el viajar instruye y que la naturaleza es un libro abierto para el que la observa con atención.

Pero puestas estas ventajas en uno de los platillos de la balanza y colocando en el otro el inconveniente que representa la significación gubernamental del soldado -sacerdote del deber y la disciplina- no hay duda que el fiel se inclina a favor de este último platillo.

Así lo comprendió él mismo, y acuciado al propio tiempo por las dolencias adquiridas en remotos climas se licenció y retiró al pueblo que le viera nacer.

Pero ya era tarde. Aunque joven aún -cuarenta y cinco años próximamente- tenía el organismo enfermo y fatigado de los pasados trabajos. Había de vivir con método si quería prolongar sus días.

—“Amigo Manolo —recuerdo que una vez me dijo mientras paseábamos por la carretera de Onís— este cuerpo mío, ¡ha viajado tanto! A no ser por la fuente de la Pachita, ¿dónde estaría ya? Es la que me tiene vivo sobre la tierra.”

Es de lamentar profundísimamente el que don Elías José Con y Tres trocare el indumento civil por el uniforme de soldado. De no ser así, no hubiera hecho el estudio de 10.000 cráneos de indígenas filipinos; no habría escrito los luminosos trabajos de índole militar, a que aludiremos en su lugar correspondiente; no hubiera desempeñado los cargos de confianza y responsabilidad que desempeñó y no hubiera sido secretario de los ministros de la Guerra señores Bermúdez Reina y Chinchilla.

Pero hubiera sido, por derecho altísimo de su preclara inteligencia, y de modo superlativo, lo que más restringidamente fue. Hubiera sido el Costa asturiano, y los rugidos de León de Enol se habrían escuchado en todos los ámbitos de la península, como los del León de Graus. Algo de eso vislumbraron sus propios compañeros de Cuerpo, ya que un verso epigramático que le dedicaron y que, sino al pie de la letra, recuerdo decía sustancialmente:

Por Tres le conoce el mundo,

mas se puede asegurar

que Con no vale por tres

sino muchísimo más.

Los que le conocieron y trataron en su juventud, eso dijeron. Y yo que hube de tratarle cuando doblaba el cabo de los sesenta años, repito lo mismo.

¡Cual no sería la valía de su cerebro, cuando luchando con circunstancias como las que enumeramos ganó gloria y renombre para sí y la región que le viera nacer! ¡A qué no hubiera llegado, de poseer ese don inestimable, del que dijo, con frase bella y profunda Fray Félix Lope de Vega Carpio, el multiforme y fecundo:

¡Oh, libertad preciosa

 no comparada al oro!

III

Estudiemos otra faceta de la personalidad de nuestro biografiado: sus aficiones literarias, políticas y filosóficas.

Corría el mes de enero de 1873. El trono de la joven monarquía de Saboya estaba a punto de derrumbarse. Los partidos políticos aprestábanse a la conquista del poder.

La solución federal vislumbrábase en el horizonte como único remedio a la profunda crisis que se avecinaba. Organizáronse diversos actos de propaganda, tales como conferencias, banquetes y sesiones de controversia.

A uno de estos actos concurrió Con y Tres, a la sazón estudiante de Medicina, pronunciando un fogoso discurso, tan fogoso como debía brotar de los labios de un joven de dieciocho años…

El mundo parece a esa edad lleno de poesía; las cosas todas hablan con elocuente lenguaje y la palabra amor simboliza y compendia los restantes vocablos del diccionario. Las ideas se doblegan ante los sentimientos y los nobles impulsos dominan a la fría razón.

Pues bien: el joven estudiante Con y Tres hubo de sentir, como no podía menos, el lirismo propio de esa edad; pero ese lirismo, impreciso e indeterminado en otros jóvenes o derivado hacia la sexualidad, manifestóse en él encaminándole hacia concreciones de índole político-social.

La igualdad, libertad y fraternidad, bella trinidad moderna, meta del progreso, hacia la cual, lentamente (¡demasiado lentamente!) se dirige la humanidad dejando girones sangrientos y arroyos carmíneos en el áspero camino, fue la estrella de Oriente que fascinara al joven Con y Tres.

Así le vemos alzarse enérgico, saludando con cálidas frases al ciudadano Castelar, en nombre de la juventud, que es —son sus palabras—la savia benéfica que alimenta el árbol de la democracia; que tiene grabada en su mente las máximas del mártir del Gólgota; que camina al par que la civilización del último tercio del siglo XIX y se agrupa en torno de filósofos y sabios para escuchar con avidez sus explicaciones. Así también canta al progreso humano y a la virgen América, cuna de la democracia. Y así, por último, entona férvido himno al tribuno que con su palabra convirtió en hombres a innumerables seres los esclavos cuyas lágrimas regarían la tierra que pisara su libertador…

Tres años más tarde —contaba entonces Con y Tres veintiún años— publicó en El Abolicionista, periódico de Madrid, un extenso estudio combatiendo la esclavitud, subsistente, ¡aún, en aquel tiempo!, en Puerto Rico. De este trabajo, entresacaremos algunos de sus párrafos, más elocuentes que cuantos comentarios pudiéramos hacer:

Las naciones son civilizadas cuanto más numerosos sean los principios democráticos encarnados en las leyes por que se gobiernan.

La ciencia dio ser, vida y forma a la democracia.

La religión exclama: Todos sois hermanos; la ciencia: Todos sois hombres; la democracia: Todos sois iguales.

No transcribimos los argumentos —notabilísimos— conducentes a probar la identidad de origen de las razas humanas y la iniquidad del comercio de negros, ya que, afortunadamente, no existe en la actualidad cerebro que rechace las modernas y humanitarias teorías.

Entre el discurso de 1873 y el trabajo publicado en El Abolicionista, hay todo un mundo de distancia. Las ideas son, próximamente, las mismas, pero al paso que en el primero todo es fuego, en el segundo, a pesar de lo candente del tema, impera la reflexión y el raciocinio pausado y sereno.

El joven de dieciocho años se torna en el hombre sesudo de veintiuno, que, pese a su mocedad, discurre grave y fríamente acerca de los más arduos problemas. El hombre de ciencia y el filósofo oscurecieron al poeta. Porque poeta fue el que trazó estos versos, dedicados a la señorita Trinidad O…, publicados en Gerona, allá por el año 1880:

Es del cuerpo la belleza

como esas hermosas flores

que adornan vuestra cabeza;

fragancia hoy, suaves olores;

mañana, leña y maleza.

  La pureza y la bondad,

el bien, la dicha, la calma

imagen de la deidad

son la belleza del alma.

  ¿Cuál preferís, Trinidad?

A veces el desfallecimiento ante los infranqueables enigmas de la vida le hacen prorrumpir, al sentirse herido por el dardo de Eros:

  Cultura, ilustración, ciencia,

sabiduría, experiencia…

cuanto anhele la razón…

Sin ti, ángel mío, ¿qué son?

Y he aquí que estas citas poéticas nos traen como de la mano a una afirmación que quizás sorprenda a los que sepan los pocos renglones cortos que trazara nuestro biografiado.

Con y Tres tuvo, ante todo y, sobre todo, un espíritu y talento poéticos.

La poesía no radica solo en componer versos. Hay poesía, para el que la sepa ver, en las más abstractas concepciones. ¿Qué fue sino poesía el discurso que dirigió a Castelar? ¿Fueron otra cosa tampoco sus trabajos en contra de la esclavitud? Y su creencia en la libertad y en la fraternidad humanas como realidad próxima ¿no es poesía también?

Sin duda alguna. Es poesía todo lo que encierra un ideal estético, todo lo que nos aproxima al concepto de la belleza. Poesía son los adelantos científicos, poesía la perfección moral ya que lo bello y lo bueno se confunden…

Mas, ¡ay! que la poesía sucumbe cada jornada a los golpes de la prosaica realidad. Cuando vio Con y Tres que la esclavitud corporal, resto de los tiempos medievales, fue sustituida por la esclavitud económica de estos modernos y civilizados tiempos; cuando vio que el hambre cosecha constante víctima tras víctima; cuando observó el modo de practicar los hombres la fraternidad, deshaciéndose en cada vez más cruentas luchas; cuando se dio cuenta de que hay más cerebros incultos que campos yermos; cuando vio triunfante al egoísmo sobre las predicaciones evangélicas, entonces la musa de Con y Tres, como la de Campoamor, pudo exclamar:

  Está triste mi alma hasta la muerte.

Elías José Con y Tres con sus jóvenes familiares Teresina y Pedro de la Fuente.

Y huyó, huyó. Abandonó distinciones sociales, gloria y fama, y corrió a refugiarse en el rinconcito asturiano que le viera nacer.

Allí el desafiante pico de Llagos habla de la libertad; el Tabardín y el Güeña, al unirse, entonan un himno de amor y las avecillas que picotean fraternalmente en los prados, son iguales y libres, sin que sancione estos privilegios la declaración de los derechos del hombre.

Allí, fue, al fin, libre y feliz, en medio de sus achaques físicos. Allí pudo ser poeta. Y de la mejor clase: de los que no “hacen” versos.

Pero pudo deletrear en el gran libro de la naturaleza. Y un día paseando por la carretera de Onís y sentado después en el banco de piedra donde solía frecuentemente descansar bajo la caricia de las primeras estrellas, dijo:

Pero lo que dijo, ya que este artículo es excesivamente largo, habremos de dejarlo para el próximo.

IV

Las primeras estrellas habían aparecido en el firmamento. Don José Con y Tres, de regreso de su cotidiano paseo, habíase sentado a reposar en el banco de piedra donde acostumbraba pasar un rato, antes de retornar a la soledad de su despacho. La conversación había cesado. Pareciera que a todos nos embargaba la placidez melancólica de aquel crepúsculo asturiano. La tierra, caldeada por largas horas de ardiente sol, despedía vaharadas de fuego. Ni la más ligera brisa agitaba las hojas de los árboles. De vez en cuando el “rincido” de un carro, allá en la lejanía, rompía el mutismo de la naturaleza. Alguna voz, también lejana, alguna silueta confusa, eran el solo signo de actividad y vida.

—¡Qué hermosa noche!— prorrumpió al fin Con y Tres, formulando en voz alta el pensamiento de todos.

Asentimos. ¡Y pensar —continuó— que mientras gozamos de esta placidez, se destrozan los hombres como fieras en los campos de Francia y Rusia!

Era en el año de 1915. La guerra europea asolaba naciones enteras. El apasionamiento partidista había llegado al paroxismo. La contienda mundial provocaba una escisión en cada familia. Aliadófilos y kaiseristas andaban poco menos que a la greña y era en extremo difícil sostener una conversación acerca de la guerra sin que surgiera como secuela la discordia violenta.

Pero Con y Tres habló del tema candente. Y lo hizo con alteza de miras, con agudeza de observador y de filósofo.

—La fuerza no es la que vence. ¡Ah, si siempre venciera solo la fuerza! Vencen el derecho, la justicia y la razón. Vence la idea, el cerebro, y no la fuerza muscular. Por eso yo no pregunto quién tiene más cañones y más barcos, sino quién alienta mejores ideales. El más laborioso, el más sabio: ese será a la postre el vencedor, cualesquiera que fueren los tratados que se concierten y las condiciones de la paz que anhelamos.

Desvióse luego la conversación hacia otros temas sugestivos: la situación de España, sus problemas políticos-sociales, la cuestión religiosa y tantas otras de interés para nuestra patria.

—El problema español es de cultura. Costa, dijo: Escuela y despensa. Yo, repito modestamente lo mismo, pero creo que la despensa se llenará cuando los cerebros no estén vacíos. Hay en nuestro país una lamentable falta de oportunismo, nacida de la carencia de instrucción. Si España fuera culta aprovecharía estos instantes de pugna europea para asegurar firmemente su posición económica. Pasarán estas circunstancias y cuando se quiera recordar, será tarde. Otro de los problemas de España es el de la justicia. La política es un tinglado, donde impera el caciquismo. Frente a esta carencia de sentido político de las masas populares españolas, ¿qué significan las formas de gobierno? Son perfectamente accidentales. Nos engañamos los que creímos viable el intento republicano de 1873. Había entonces al frente de los partidos figuras gigantescas, como quizás en tan crecido número no se han visto en país alguno. Pero detrás de Pi y Maragall, Figueras, Salmerón, Castelar, y algunos, pocos más, no había nadie. Y, ¡claro!, aquello se fue… ¡Cayó sin que casi lo empujara nadie!

Calló nuevamente Con y Tres, y luego prosiguió:

—¡La cuestión religiosa! No existe tal cuestión. Existe, sí, la cuestión clerical. En lo religioso, pocos discrepan fundamentalmente y todo credo es respetable si sinceramente se practica en un régimen de tolerancia y comprensión. Yo he recorrido tierras remotas, he visto mucho mundo y he conocido al Dios que varias razas adoran. Esto me ha enseñado mucho, mucho.

Y resumiendo su pensamiento, añadió: —¡Escuela! ¡Moral! ¡He aquí lo que hace falta! Si la instrucción fuera sólida y estuviera extendida como debiera no habría que lamentar lo que se lamenta aquí y fuera de aquí. No estarían a estas horas acechándose como fieras los hombres en los campos europeos.

Calló Con y Tres; esta vez definitivamente.

Y nosotros, reproduciendo hoy, once años después, la apacible escena desarrollada bajo la caricia de las estrellas en una callada noche asturiana, evocamos la silueta de Con y Tres, del hombre que, a pesar de haber vivido mucho y vivido intensamente, albergaba el fuego del optimismo bajo la nieve de sus sienes y sentía la bondad, la tolerancia y la belleza.

* * *

En los años mozos fue impetuoso y apasionado, pero el caudal de bondad que poseía encauzó por caminos incruentos sus actividades.

Si las circunstancias le hicieron vestir el uniforme militar no fue para empuñar la destructora espada de Marte, sino para emplear la salvadora lanceta de Esculapio. No fue fanático de ninguna idea política. Amó las ideas liberales, pero las amó reposadamente, con la serenidad del sabio y no con turbulencia de poseído. Odió la violencia y ello le llevó a conciliar sus ideas renovadoras con el orden existente. Fue orador, escritor y poeta, pero su modestia le perjudicó y le restó triunfos ruidosos que de otro modo hubiera alcanzado. Para triunfar, para llegar a la cumbre, hay que ser “hombre de presa” y morder más que acariciar. Hay que dejar en el camino lo que se tenga de hombre y conservar lo que se posea de fiera. Así se escala la dorada cúspide.

—Y… ¿para qué?— Esta pregunta se hizo Con y Tres y su corazón bondadoso contestó: —¡Para nada! Y desde entonces esperó tranquilo la liberación definitiva en el pintoresco pueblo donde naciera. Allí estudiaba, conversaba con sus amigos, paseaba por las verdes campiñas y meditaba acerca del misterio de lo creado. Como médico era llamado a los hogares para que examinara a los pacientes. También como médico, pero médico del cuerpo social, era consultado y escuchada su respetable opinión por relevantes personalidades.

No tuvo enemigos, porque los ataques de que en alguna ocasión le hiciera objeto el partidismo local se detuvieron ante el hombre, ya que no ante el político.

* * *

No es grande el país que no exalta sus glorias y sus hombres. Esto es aplicable, no solo a la nación, sino también a la más pequeña localidad. Asturias se honraría honrando la memoria de uno de sus hijos ilustres. Hablóse de homenajes hace tiempo. Nada se dice ahora. ¡Y es tan fácil!

La casa en donde vivió y murió Con y Tres no tiene, que yo sepa, una sencilla lápida donde conste el nombre del que la iluminara con los resplandores de su talento. Don Francisco Pendás, si no me es infiel la memoria, tuvo la loable iniciativa de proponer la creación de una sencilla fuente coronada por el busto de nuestro amigo. Existió el proyecto de dar el nombre de Con y Tres a unas escuelas…

Ninguna de estas ideas se ha llevado a la práctica. ¿Por qué? Lo ignoro, pero no puedo creer que la ingratitud o la envidia hayan motivado la preterición. Sería tanto como ofender a Mestas de Con, la hermosa villa que me es tan grata, y al municipio de la gloriosa Cangas de Onís, lleno sin duda de buenos propósitos.

En la convicción de que se trata solo de un lamentable olvido me atrevo a proponer al municipio cangués una sencilla iniciativa, compatible con todas las demás que se acuerden al ilustre muerto. Consiste en que destine anualmente una prudente cantidad para constituir el “Premio Con y Tres” a favor del joven, natural del concejo, que se haya destacado más brillantemente en sus estudios, teniendo en cuenta, no solo el grado de éstos, sino la aplicación, constancia y circunstancias familiares de los concursantes.

Esta idea que brindamos a todos, rogamos a todos la consideren como suya y la apoyen. Autoridades, prensa y pueblo deben colaborar a esta obra de cultura, que no podrá menos de ser grata al espíritu del hombre bueno y sabio que en una noche agosteña cantó ante nosotros las excelencias de la instrucción como panacea de los males hispanos.

El sacrificio pecuniario a realizar por el municipio cangués es exiguo, en relación con la magnitud de la obra que con él puede realizar. Guiados por nuestra amistad al ilustre finado y por nuestro amor a Mestas, Cangas y Asturias la proponemos. Ahora callamos nosotros. Los demás tienen la palabra.

* * *

Terminado queda este pequeño bosquejo con el que nuestra inhábil pluma intentó diseñar la silueta de un hombre bueno y sencillo, sabio y modesto. Vaya nuestra gratitud a los señores que bondadosamente nos han facilitado datos para nuestra tarea. Entre ellos descuellan don Francisco Pendás, don Ángel Sarmiento, don Antonio Con y don Rufino González de Francisco, los que por su relación con nuestro amigo nos pudieron facilitar los detalles que, unidos a nuestros recuerdos personales, han servido para erigir a su memoria el sencillo monumento, si grande en la intención, pequeño por la cortedad de nuestras fuerzas, que trazamos entre el tráfago de la ciudad, recordando los venturosos días de nuestra estancia en tierras asturianas.

Envío:

A ti, buen amigo y maestro, que desde la misteriosa región del más allá contemplas las miserias de este mundo y conoces la pureza de mi intención, vayan estas humildes flores colocadas sobre tu sepulcro. Tu bondad haga que estas escondidas violetas se tornen en rosas fragantes que en sus pétalos encierren la semilla bendita del bien que tanto amaste. Y si estas líneas fueren comprendidas y recogidas, ojalá fructifiquen y sirvan de estímulo a los juveniles cerebros que, como tu, sueñen con la esperanza de una humanidad mejor, perfeccionada por la cultura, y amante, cual tu lo fuiste, del bien y la belleza.

Madrid, enero 1927

Artículo publicado, en cuatro entregas, en El Popular : semanario de información local, Cangas de Onís, año VII, núm. 294, 30 de diciembre de 1926 y año VIII, núms. 295 y 296, de 6 y 13 de enero de 1927, y 299, de 3 de febrero de 1927.

* * *

Manuel Pascual de Francisco, funcionario de Correos y del Instituto Nacional de Previsión, nació en Madrid el 13 de febrero de 1897; era hijo de Eulalio Pascual y de Dolores de Francisco Berdayes, esta natural o con raíces familiares en Mestas de Con (Cangas de Onís), donde veraneaban habitualmente[1].

En 1915 ingresa por oposición en Correos, donde desempeñará puestos de responsabilidad. Como miembro de la Academia Iberoamericana de Historia Postal[2], dirige unas palabras a los asistentes en la sesión inaugural, el 27 de enero de 1931. Este mismo año es elegido director del periódico del Sindicato Nacional de Técnicos de Correos[3].

Fue persona amante de las artes, con interés en diversas disciplinas: música, dibujo y literatura. Cursa estudios de piano y armonía en el Conservatorio Nacional de Música y Declamación[4]; caricaturas suyas, una de Alfredo Nistal, Director General de Correos, son premiadas en las exposiciones de artistas postales organizadas por la mencionada academia iberoamericana y colabora esporádicamente en diarios madrileños como La Libertad y El Imparcial y en los semanarios El Auseva y El Popular, de Cangas de Onís. En 1934, con su trabajo titulado El ideario de Maluquer[5], obtiene el segundo premio del concurso abierto entre funcionarios del Instituto Nacional de Previsión para conmemorar su XXV aniversario.

Republicano de ideología socialista, al iniciarse la Guerra Civil Española manifiesta su adhesión al gobierno democrático de España y al Frente Popular. El 8 de agosto de 1936, como representante del PSOE, es nombrado presidente del Comité del Frente Popular de la Academia Iberoamericana de Historia Postal[6]. En 1939 es detenido y condenado a veinte años de prisión, de los cuales cumplió cuatro en la Prisión Central de Cuéllar (Segovia)[7]. Sus estudios musicales le permitieron reducir la condena al participar en los programas de redención de penas por el esfuerzo intelectual[8]. Se jubiló como funcionario de Correos en el año 1954.


[1] El Auseva, Onís (sic), año XXV, núm. 1.278, 2 de octubre de 1915, p. 4.

[2] Creada en el año 1931 para intensificar los estudios de la historia del correo, especialmente en España e Hispanoamérica. Heraldo de Madrid, año XLI, núm. 14.039, 28 de enero de 1931, p. 2.

[3] Los técnicos de Correos : Congreso del Sindicato Nacional, en El Imparcial, Madrid, año LXVI, núm. 22.229, 29 de septiembre de 1931, p. 2.

[4] Revista Musical Hispano-Americana, Madrid, núm. 7, julio de 1914, pp. 12 y 14.

[5] Madrid: Imp. Sobrinos de la sucesora de M. Minuesa de los Ríos, 1934.

[6] El Sol, Madrid, año XX, núm. 5.919, 11 de agosto de 1936, p. 3.

[7] Expediente procesal de Manuel Pascual de Francisco, 1939, Salamanca, Ministerio de Organización y Acción Sindical. CDMH: Brigada Político Social, sign: ps_antecedentes_exp05127. A través de http://www.silencio-roto.com

[8] Calero Carramolino, Elsa, Prácticas musicales del “Universo Carcelario” reguladas por el franquismo (1942). La música como método en la redención de la pena, en Hoquet: Revista del Conservatorio Superior de Música de Málaga, ISSN-e 2340-454X, núm. 14, fasc. 4, 2016, p. 25.