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¿Godos? — ¿Abamia, 1819? Sacerdote, párroco de Santa Eulalia de Abamia.

A Miguel González Villarmil le debe la parroquia un recuerdo imperecedero por ser el párroco del engrandecimiento de Santa Eulalia de Abamia, por la ingente tarea que emprendió para “adecentar”, según la terminología de aquellos tiempos, el vetusto panteón pelagiano. A lo largo de sus treinta y cinco años de curato no descansó ni reparó en sacrificios para devolver a un templo comido de miseria la dignidad que su historia demandaba. Al presentar las cuentas de fábrica en 1815, acusando ya la vejez y el cansancio de una prolongada tarea, reivindica su labor al frente de una iglesia que siendo fundada “por el Infante Pelayo, estaba sin retablos competentes, y nunca se le había dado lanilla, ni servían las campanas, ni había pórtico: en fin estaba tan indecente que no había otra”.

La lectura de los libros de fábrica de Santa Eulalia de Abamia en los años de su vicaría nos adentra en un diario y ajetreado afán por cumplir las inacabables mandas de visitadores ávidos de mejoras en la iglesia. Se conformará entonces el aspecto que Abamia mantendrá hasta su abandono en 1904, con el sólo añadido de la sacristía a mediados del siglo XIX. El interior es remozado casi por completo con la construcción de varios retablos, de especial importancia el fabricado para la capilla mayor, con renovación del mobiliario y acrecentamiento de alhajas y ornamentos eclesiásticos. En el exterior se construirá el cabildo para dar cobijo a los feligreses en los días de lluvia y frío y se dotará a la iglesia de nuevas campanas.

El 23 de diciembre de 1783 fallece D. Antonio de Vega, cura párroco de Santa Eulalia de Abamia, quien debía hallarse imposibilitado para ejercer su ministerio desde mediados de 1780, pues había asumido de modo interino el curato, el presbítero D. Josef de Yntriago, natural y vecino de Corao y testamentario del difunto. Este permanecerá en el cargo hasta la llegada del nuevo cura, Miguel González Villarmil, quien pasa a residir en la parroquia el último día de septiembre de 1784, como él mismo anota en el libro de Fábrica.[i]

Los González Villarmil eran naturales del lugar de Godos, en la parroquia de Sograndio, concejo de Oviedo. Lamentablemente, la quema de los archivos parroquiales y el carácter fragmentario de este trabajo nos impide ofrecer con exactitud su panorama familiar, pero con los datos que conocemos podemos suponer que se trata de una familia de hidalgos notorios que ejercen escribanías y que cuentan con varios eclesiásticos entre sus miembros, muy notablemente en la generación que se encuadra nuestro reseñado[ii]. Que su situación económica debía ser satisfactoria se deduce de la elevada dote, 2.000 ducados, que Miguel González Villarmil manda a su sobrina Isabel para contraer matrimonio con Gonzalo de Teleña en 1804[iii].

El nuevo párroco de Abamia, del que desconocemos lugar y fecha de nacimiento, vendrá acompañado de varios familiares, no solo los religiosos Antonio y Francisco que le auxilian algunos años en su labor pastoral, sino también de su hermano Manuel y su cuñada Rosa Menéndez, padres de la citada Isabel González Villarmil, así como de un Francisco González Rúa, que en 1801 reside en la parroquia de Abamia con sus hijos Juan (?), Francisco, Ramón y Pedro Antonio. La presencia de esta abundante parentela puede ser reveladora de la preeminencia que Miguel González Villarmil gozaba en su familia.

En el año 1779, Miguel Pisador, visitador general del Partido y arcediano de Villaviciosa, viendo que en la iglesia parroquial “hay grave necesidad de un retablo para la capilla mayor”, manda se cobren a los mayordomos los alcances que deben y se destinen a su construcción, haciendo saber esta providencia a los vecinos para su cumplimiento. Al año siguiente, el visitador, en este caso Pedro Francos, arcediano de Gordón, manda que “se junten cura y feligreses a tratar y conferenciar los modos más suaves, conducentes a la estructura y fábrica de dicho retablo” autorizándoles a utilizar también los fondos pertenecientes a las capillas de la parroquia[iv]. Pero hasta la llegada de Miguel González Villarmil en 1784, solamente se ha trabajado en la consecución de los caudales necesarios para su construcción debiendo, incluso, proceder el escribano Carcedo contra algunos mayordomos.

El nuevo titular agiliza los trámites y son nombrados comisarios de la obra Fernando de Noriega Robredo, quien además sería mayordomo de la fábrica en el año 1786, Francisco García de Paroro y Bernardo de Cangas Valdés. Se encarga la traza y diseño del retablo al arquitecto y escultor Francisco Pruneda y Cañal. En 1774 había obtenido el título oficial de arquitecto en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y dos años después era nombrado maestro de obras del Principado. En 1777 sustituye, por renuncia del titular, a Manuel Reguera como fontanero municipal de Oviedo, convirtiéndose en el maestro arquitecto de la ciudad en 1782, siendo autor de dos proyectos significativos: la reforma de las casas consistoriales de Oviedo y la Plaza del Fontán. Es un profesional de prestigio, sólo superado por Manuel Reguera y José Bernardo de la Meana en su arte en la Asturias de entonces y su elección para realizar el nuevo retablo de Abamia, nos indica el deseo de los vecinos por contar con los mejores profesionales.

Según el plan delineado por Pruneda, el 24 de junio de 1785 se ajusta en Corao la construcción del retablo con los maestros Luis de Viadero, vecino del lugar de Güemes (Trasmiera, Cantabria) y Ramón de Amieva, vecino de la villa de Llanes, en la cantidad de 8.000 reales de vellón. Para la realización de las cinco  nuevas imágenes (Santa Eulalia, Santa Catalina, Santa Rita, San Francisco y San Roque) se elige a Antonio Fernández Tonín, maestro escultor y vecino de Oviedo que trabaja también en “la historia” del retablo y en otras pequeñas labores. Se encargó de la pintura y dorado del retablo otro profesional de prestigio, el pintor Francisco Xavier Hevia, pintor oficial de la Catedral de Oviedo y uno de los primeros estuquistas que hubo en Asturias.

El retablo de Abamia diseñado por Francisco Pruneda seguía las normas neoclásico-academicistas recién llegadas a Asturias en aquellos años, con un pedestal pétreo y si el resto del mismo se construye en madera se debe, probablemente, a la carencia y excesivo costo de piedras nobles y estucos. Utiliza, sin embargo, la imitación de mármoles, con lo cual consigue un abaratamiento de la obra al ahorrarse el trabajo de los doradores y una considerable cantidad de pan de oro. Las imágenes se pintaron imitando el natural, sin abuso del dorado y lo mismo se hizo con la escultura de la historia que corona el retablo.

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Interior de Santa Eulalia de Abamia, con el retablo construido en tiempos de González Villarmil. Fotografía publicada en Asturias, de Bellmunt y Canella, Gijón, 1897, tomo II.

La construcción del retablo de la capilla mayor de la iglesia de Santa Eulalia de Abamia fue la más destacada de las actuaciones arquitectónicas llevadas a cabo durante el curato de Miguel González Villarmil, pero no la única pues en 1794, ocho años después de la conclusión del retablo, se ha finalizado la construcción del pórtico que cubrirá, hasta el abandono de la iglesia en 1904, los laterales sur y oeste del templo. González Villarmil escribe que la obra se hizo con sumo agrado de los vecinos,

para decencia de la iglesia, y necesidad que había, porque no era capaz el que había para recogerse la gente en tiempo de aguas, y retirarse de los vientos, de que resultaba mucho perjuicio a la salud, por no haber abrigo, cuando sudados los concurrentes no tenían arbitrio de retiro, quedándose en la parte, que aún casi en todo tiempo, mayormente de invierno no se podía sufrir, y por lo mismo odioso a todos. Asimismo esta obra era conducente para cubrir la puerta o entrada principal de la iglesia y para en ocasión de entierros, cuando había lluvias, ni los sacerdotes concurrentes, ni el cadáver podían permanecer a la entrada, siendo preciso entrarse todos de improviso en la iglesia.

En 1796 se hicieron nuevas campanas,

porque las que había no se oían de los lugares, a causa del poco material, o peso, que tenían, con cuyo motivo padecía esta parroquia un perjuicio notable, ya por no oír la seña, o toque a misa en días festivos, la seña para las oraciones de mañana, medio día y noche, la señal para oficios entierros, etc. Dejo aparte lo vergonzoso de que en esta iglesia hubiese campanas tan inútiles.

Las ajustó Fernando Noriega con Francisco Venero, campanero de Hoz, en Transmiera[v]. En la primera década del siglo XIX, se construyen los retablos de Nuestra Señora y San Ramón, se reforma el de San Antonio, se añade nuevo mobiliario y se realizan algunas mejoras en el interior del templo.

El 24 de mayo de 1809, el ejército francés al mando del general Bonet toma Cangas de Onís, situando un batallón en Corao, aunque esta primera invasión fue efímera pues a mediados de junio, tras la evacuación de Oviedo por el general Kellermann, Asturias queda libre de tropas francesas. A comienzos del año siguiente se produce la verdadera ocupación de Asturias, que se prolongará en el tiempo hasta mediados de 1812. Así, el 23 de marzo de 1810, el general Bonet, a quien se ha encomendado el control militar de la región, se halla de nuevo en Corao y duerme en la casa rectoral de Abamia. De la estancia de las tropas napoleónicas en la parroquia, Miguel González Villarmil dejó escrita una nota en la que mandaba que “ninguno borre lo abajo puesto, para que conste lo que hubo en la entrada de franceses, ya robos, ya muertes”.

Y lo siguiente, es lo que ha de constar:

Nota: las hojas cortadas en lo siguiente fue por los franceses, que robaron y arruinaron mucho de la iglesia, como viril, cálices, ropa, etc. llegando a tal que los altares servían para poner la carne, y llegó a tal extremo el hedor de la iglesia que fue preciso dejar por varios días las puertas abiertas, y en un día después de salir, vinieron cinco cadáveres del lugar de Perlleces, muertos por ellos. Así fue, sin que se tenga la más mínima duda y el viril, cálices, lo teníamos en el monte y de allí llevaron los cubiertos míos de plata, ropa y caballerías[vi].

En julio del año 1813, cuando Nicolás de Llano Ponte y Benito Palermo Prieto, informantes en las pruebas que se realizaron para conceder a Juan de Noriega Robredo el hábito de la orden de Santiago, pasan a la rectoral de Abamia encuentran “gravemente indispuesto” al párroco, Miguel González Villarmil, quien imposibilitado de poder por sí mismo poner de manifiesto y registrar los libros, delega en su teniente de cura, Francisco González Villarmil[vii].

No debió ser persona de buena salud el párroco, pues ya al tomar posesión sufrió una indisposición y quizá esta sea la explicación, amén de ser una parroquia grande, de ver tantos presbíteros ayudantes en las cuentas y libros parroquiales. Miguel González Villarmil, cura párroco de Santa Eulalia de Abamia durante 35 años, fallecería probablemente a mediados del año 1819, aunque no tenemos la fecha de su muerte pues el libro de difuntos de ese año ha desaparecido. Figura por última vez en las cuentas de la Luminaria del 27 de julio de dicho año.

Miguel González Villarmil comprometió su vida eclesiástica y una parte importante de su patrimonio en el engrandecimiento del templo de Santa Eulalia de Abamia y como dejó escrito Ramón de Sobrecueva, comisario para la construcción del retablo de Nuestra Señora, “ninguno habrá hecho tanto desde su fundación, siendo la primera de Asturias” en  “dezentar” la iglesia y “hará mucho más si llega haber paz, porque hasta en Indias tiene logrado mucho, ya encajonado allí para dicha iglesia y excuso decir más y lo firmo”[viii]. En esta ingente tarea, don Miguel González Villarmil fue auxiliado por sus feligreses, custodios de la tradición que proclama a Santa Eulalia de Abamia como panteón del Infante Pelayo.

Francisco José Pantín Fernández

Artículo publicado en: Pantín Fernández, Francisco José & Meneses Fernández-Baldor, María del Carmen, Hombres y Mujeres de Abamia, Corao, Asociación Cultural Abamia – Excmo. Ayuntamiento de Cangas de Onís, 2013, 2.ª edición, pp. 43-48.

P.D.: En una nota del libro de bautismos de Santa Eulalia de Abamia, años 1784 a 1795, leemos: “D. Miguel González Villarmil cura q.e fue de S.n Pedro de Nora, y Arcip.te de Las Regueras, Desp.s cura en Sta. María de Figaredo, y de Villarejo su hijuela conz.o de Lena, tomó posesión de esta de Abamia, y sus hijuelas el día ocho de julio de mil sett.s ochenta y quatro; vino a residir el día último de sep.e de dho. año, y p.r quanto no deja de ser conveniente, p.r varios motivos, esta razón, lo firmo. Mig. G. Villarmil”

Notas

[i] Archivo parroquial de Santa Eulalia de Abamia, Fábrica, 1718-1835, folio 141 vuelto: “Certifico yo el subscribendo cura propio de Santa Eulalia de Abamia, que habiendo venido [a] residir el día último de septiembre de este año de mil setecientos ochenta y cuatro, leí el auto que antecede al ofertorio de la misa popular, que celebré el día diez del mes de octubre de dicho año, y aunque mirado con rigor pudo faltar un día para que fuese dentro del término que prescribe, conocida fue la indisposición en que vine, sin poder informarme tan breve de las cosas que ocurrían y por lo mismo [para] no ser tenido por transgresor de dicho auto, se conoce, antes bien, ser obediente, lo cual para que conste, firmo. Miguel González Villarmil.”

[ii] Además de Miguel González Villarmil, están documentados Francisco, teniente de párroco de Abamia ya en 1798, quizá el señalado por Pérez de Castro como presbítero de Margolles y que supone hermano del párroco de Abamia y de Ramón González Villarmil de la Rúa, el famoso racionario del Real Instituto Asturiano fundado por D. Gaspar Melchor de Jovellanos en Gijón y poeta, autor de una oda con motivo de la inauguración de aquél y de composiciones musicales que se representaron en la Universidad de Oviedo, para celebrar la exaltación de Jovellanos a la Embajada de Rusia y al Ministerio de Gracia y Justicia. El 19 de diciembre de 1795, escribe Jovellanos en sus Diarios al respecto de D. Ramón: “de distinguido nacimiento, de buen talento y conducta y de una instrucción superior a la que se requiere para dicho cargo [de racionario]”. Pérez de Castro, José Luis, El Diccionario Geográfico Histórico de Asturias, dirigido por el Dr. Don Francisco Martínez Marina, bajo el patrocinio de la Real Academia de la Historia, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1959. En 1793, Antonio González Villarmil aparece como teniente cura de Abamia, quizá sea el mismo que en el año 1801 señalan los padrones de hidalguía del concejo de Oviedo como vicario de Santa María de la Corte y en 1814 es teniente de cura de la misma.

[iii] Escritura ante Diego Fernández Reconco de Sama, el 7 de julio de 1825.

[iv] Archivo parroquial de Santa Eulalia de Abamia, Fábrica, fols. 129 y 131.

[v] Íd., fols. 165 a 168 vto.

[vi] Íd., fol. 180 vto.

[vii] Archivo Histórico Nacional, Sección Ordenes Militares, Santiago, Juan de Noriega Robredo, legado 97 mod.

[viii] Archivo parroquial de Santa Eulalia de Abamia, Fábrica, fol. 180.