Etiquetas

, , , , , ,

Hace tiempo, antes de que algún astuto bookstorezador o bookstoretista decidiera encarecer la literatura argentina, compré varias obras de Joaquín Gómez Bas entre las que se encontraba un ejemplar de La Comparsa dedicado a Andrés Cinqugrana.

Este libro recoge las andanzas de Calixto N. aspirante a escritor y amigo de otro…, que resulta ser Gómez Bas, al que describe, se describe, con pinceladas rápidas, casi bruscas, trasunto quizá de su modo de pintar. ¿Cuánto es realidad? ¿Cuánto ficción? Lo desconozco pero es literatura que, al menos, nos permite acercarnos a este autor argentino nacido en Cangas de Onís, a este cangués alunfardado que brilló en las letras bonaerenses.

Joaquín Gómez Bas (Cangas de Onís, 1907 – Buenos Aires, 1984)

El fragmento de La Comparsa, con sus notas, dice así:

Por los comienzos de este relato mencioné a un amigo mío, adelantando que de su fraterno conocimiento pensaba derivar asuntos y conversaciones pasibles de contribuir a la amenidad de estas páginas.

Pido permiso para presentarlo con este retrato logrado por sus confidencias casuales y mi observación continuada. Su nombre: Gómez Bas. Edad: 50 y pico. Casado. Padre de un hijo impúber. Oficio: periodista. Gran lector de todo y sin control. Poeta de cierto mérito. Escritor de altura equivalente. Pintor autodidacto de promisoria insistencia. Guitarrista de oreja y a su manera. Cantor hasta ahora ileso. Sincero hasta la agresividad. Adusto aparentemente. Irascible con más asiduidad de la que soporta su mujer. Sensitivo y complaciente frente a los caprichos de su muchachito. Distraído eterno. Con más talento que inteligencia[1]. Habitante inamovible en la irrealidad de su mundo. Bebedor sin vicio, pero de tiro largo cuando empieza. Vanidoso sin demasiado disimulo. Servicial sin premeditación interesada. Indeciso, tímido y titubeante, por debajo de su aparente desenvoltura. Hipersensual imaginativo, pero en la práctica moderado y prudente, por economía y decoro. Con las mujeres, indiferente y casi despectivo, para eludir compromisos y complicaciones que puedan alterar su plácido ritmo de vida. Católico hereditario sin militancia. Alérgico a la amistad untuosa y halagadora. Cándido por amor al prójimo. Conocedor intuitivo del pensamiento de su interlocutor aunque este exprese lo contrario. Mordaz e inoportuno sin proponérselo, acaso para no desperdiciar un chiste. Apolítico por náuseas reiteradas. Impaciente sin cura. Dialogador indeseable por no haber aprendido a escuchar. Aficionado a la expresión humorística, sin desechar lo histriónico. Anafiláxico crónico, neurótico por etapas y cardíaco en potencia. Cultor de la originalidad con rechazo de lo llamativo. Torpe de modales. Reacio a la discusión; receloso, cauto, mezquino de palabras, menos cuando supone que está en lo cierto. Entonces, incisivo, rotundo y malhablado. Haragán, desidioso, sin ambiciones y pesimista. Robusto, enemigo de regímenes, pero temeroso de la decadencia anatómica, del reblandecimiento mental y de la muerte.

A G. B. le hice conocer los primeros tramos de este trabajo. Se despachó más largo de lo que yo esperaba:

—Mirá, Calixto: sinceramente, me gusta. Hay acción, vida. Es más, hay estilo. No pasa nada extraordinario, pero vos lo contás a tu modo, y eso es lo que vale. ¿De dónde sacás que es demasiado pueril? En la vida todo es simple… hasta que se complica. Que un tipo se pegue un martillazo en un dedo no es asunto que merece ser contado; hay que esperar a que se le infecte, se agarre una septicemia y lo entierren, para que el hecho se convierta en episodio trascendente. A veces puede resultar que lo que a vos te impresiona, por razones de sensibilidad y de temperamento, no repercute en absoluto en los demás. A cada rato podés comprobar que lo que a vos te horroriza, a otro le causa gracia. Hay que partir de esta base: vos sos un hombre centrado. Tu conducta, arbitraria y no recomendable, obedece a una concepción particular de la vida; pero te conozco lo suficiente para asegurar que tus sentimientos, rebeldías y emociones responden a lo que se espera de un hombre equilibrado, normal y corriente. Si a vos te sacude el ánimo, o te hace trabajar la imaginación, un acontecimiento cualquiera, tenés el derecho, la obligación de pensar que igual efecto tiene que provocar en los demás. Si así no sucede, es porque los otros son imbéciles congénitos, fríos y negados, y la opinión de esa gente no interesa. Si lo que has es importante según tu entendimiento, teniendo en cuenta que tu capacidad de apreciación está por encima de la medianía, continuá con la certeza de que vas a hacer buen papel. Además, y perdoname si te desaliento, nos estamos curando en salud. Para que tu obra se juzgue, tenés que publicarla. ¿Por tu cuenta? No creo que llegues a ver reunido el dinero que se necesita. Y conseguir editor es difícil, imposible. Tenés la contra de ser argentino, y desconocido por añadidura. Te lo digo con conocimiento. Mirame a mí, que me tenés cerca. Cuando terminé mi novela Barrio Gris[2], alguien me puso en comunicación con Ernesto Sábato[3], que frecuentaba la Editorial Emecé y sabía que tenían interés en la divulgación de autores argentinos. Sábato entregó personalmente mi novela. La comisión de lectura aprobó su publicación. La crítica periodística, menos una revista católica, festejó su aparición. Digo festejó porque es la palabra justa. La SADE le otorgó Faja de Honor. La primera edición se agotó en seguida. Con su argumento se hizo una película que fue premiada como la mejor del año. Concretando: Barrio Gris tuvo resonancia de privilegio… Bueno, a lo que iba. Cuando estaba por terminar mi segunda novela, Oro Bajo, me divertía pensando en la nerviosidad de los editores cuando se enteraran. Ya los veía llegar en tumulto hasta mi casa para arrebatármela de las manos. ¡No vas a creerlo! Anduve con la flamante novela bajo el brazo haciendo antesala en las editoriales como un aprendiz cualquiera. Donde me daban corte, la dejaba porque me iban a hacer el favor de leerla. Y me la demoraban meses antes de devolvérmela con una excusa absurda. Por fin me la editó Goyarnarte; y ahí tenés las críticas; todas demuestran que mis pretensiones eran respetables. ¿Y sabés por qué pasa eso? Sencillamente, porque aquí no te consagra nada. Te permiten un éxito, y basta. Mejor dicho, te perdonan un éxito. En otras partes, según tengo entendido, si acertás con un libro te contratan sobre el pucho toda la producción futura. Aquí, che, Calixto, siempre tenés que rendir examen, siempre estás empezando. Por eso, te repito, escribí lo que se te antoje; seguí con la historia de ese departamento, que va lindo, aunque más no sea que para leérsela a los amigos; y quién te dice, después de todo, que no tengas la suerte de que se edite.

Joaquín Gómez Bas, La Comparsa, Buenos Aires: Falbo librero editor, 1965, pp. 23-26.


[1] Hago la diferencia porque para mí, talento es capacidad singular para sobresalir en algo, e inteligencia: capacidad natural para entenderlo todo.

[2] Acerca de esta novela dejo para más adelante otras referencias conocidas a través de distintas conversaciones con su autor.

[3] Novelista y ensayista argentino. Autor de “Uno y el universo”, “Hombres y engranajes”, “Heterodoxia”, “El túnel” y la extraordinaria novela “Sobre héroes y tumbas”. Creo necesario este dato porque aparte de una ínfima minoría lectora y del algún colega el resto del país ignora el nombre de nuestros escritores.