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Arqueología, Bibliofilia, Fermín Canella, Labra, Soto Cortés, Soto Posada
Camino de Cangas de Onís, al declinar de una tarde opaca, regreso, presa de tristeza hondísima, del empinado pueblo de Labra, a donde ya es probable no retorne. En el reducido, pobre camposanto de aquella aldea dejo los mortales despojos de un amigo de toda la vida; y como la mía ya va no poco avanzada, siendo contados los compañeros que me restan, altero las rimas del inmortal Gustavo:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los viejos!
Abandoné así la señorial morada, casón típico, del ilustre Sebastián Soto Cortés, fallecido al oscurecer del día 17, y presencié sus funerales y sepelio concurridísimos por amigos de Cangas y concejos limítrofes, formando en la fúnebre comitiva numerosos colonos enlutados del docto y rico prócer asturiano. Partí poniendo los ojos en las montañas de Onao, Peñamanil y Peñeverde, que quedan por detrás del palacio y, faldeando la sierra de Igüedu, miraba las alturas de Covadonga, Biforco y los Puertos que, con subir tanto, aún son dominados por Cornión y Peña Santa de los Picos de Europa, vestidos con eternas nieves. Muchas veces desde niño, en grata compañía del muerto querido y de sus padres, me deleité contemplando tan soberbio paisaje desde el amplio corredor de la casa solariega entre las torres blasonadas con el águila de los Sotos, el castillo y halcón de los Posada, el león de los Intriago y la salutación angélica de los Vega: Ave María, gratia plena…
Marcho triste, como mis acompañantes y el cochero que nos lleva, Juanín, que desde rapaz arraigó en aquella vivienda nobiliaria, vieja, descuidada, provista de antiguo y singular mobiliario provincial, atestada además de numerosos objetos de historia y arte; todo en vísperas de restauración, reformas y mejor acomodamiento con obras como las recientes realizadas en la extensa quintana para levantar las aristocráticas caballerizas. La muerte ataja ahora los propósitos del dueño, porque los viejos no deben proyectar para ver cuanto no hicieron en años alentadores; y hasta parece en el caso presente que así debió ser cuando el finado es el último de una prosapia histórica, numerada con armeros enlaces en el carcomido árbol genealógico decorado con rojas y verdes veneras de las tradicionales Ordenes militares.
Desciendo desde Labra por ondulante, firme y deliciosa carretera costeada por el opulento Soto Cortés desde Corao, y aquí me detuve para saludar a sus parientes los Llanos Álvarez de las Asturias mis estimados antiguos amigos; caminando más, por entre Cardes y Perlleces, diviso el palacio heráldico donde nació don Ramón de Posada y Soto, nombrado por las Cortes de Cádiz en 1812 primer Presidente del Tribunal Supremo de Justicia, varón preclaro procedente por la línea materna del solar de Labra, como sus hermanos, don Sebastián que puso los robles y tilos en el cangués campo de San Antonio y don Felipe, arcediano de Oviedo, que fundó la Escuela de la villa; breves momentos me detuve en Cangas para abrazar a Leandro Ceñal, sentido, como muchos, por la pérdida del prestigioso patriarca de aquella comarca, su especial amigo.
En compañía de Pepe Argüelles seguí con el abatidísimo Juanín hasta las Arriondas, donde, al despedirme, el viejo servidor me dijo con entrecortadas palabras el compendio de su pena por la falta del amo:
—¡Cuanto más valía, que Dios me hubiera llamado primero que al señor!
Estreché la mano encallecida del veterano amigo siempre cariñoso y me dio profunda lástima de aquel hombre de tal sentir y querer, cuando ahora los corazones laten de otra manera…
Ya en el tren, Pepe camino del Orrín, Piloña, y yo de Oviedo, departimos afectuosa y amargamente del amigo familiar, que habíamos perdido, y en nuestra conversación fui recordando memorias de la región canguesa y de sus hombres, contrayéndome principalmente a la casa de Labra, vínculo modesto en el siglo XVII y acaudalado después por un segundo enriquecido en América, para tornar en opulento y notorio al mayorazgo limitado de Soto.
Cuando el alzamiento asturiano contra Francia en 1808 fue de la Junta General del Principado, convertida en soberana, D. Pedro de Soto Posada. Su hijo D. Felipe fue asimismo asturiano de nota y respetabilidad, hombre estudioso, gran jinete, viajero tenaz por toda España visitando monumentos y acaparando libros de mérito con afición arraigada desde el trato íntimo con su paisano, desgraciado patriota e inteligente librero de Madrid don Antonio Miyar, de Corao, que el despótico gobierno de Fernando VII hizo subir a la horca afrentosa por el delito de ser liberal; muerte inicua e injusta, que desagravió la nación, grabando el nombre del mártir en las lápidas del Congreso. D. Felipe formó librería escogida en relación con los grandes bibliógrafos Gallardo, Pidal, Gayangos, etc. con excursiones por León, Castillas y Andalucía, donde con la casa ducal de Medinaceli tenía parte de la saneada renta llamada de las Tercias de la Catedral de Sevilla. Fue miembro de la postrera Junta General del Principado, 1834; y cuando fue suprimida esta veneranda y foral asamblea con el patrón general de las restablecidas Diputaciones provinciales, ya en plena distinción de los partidos políticos, Cangas de Onís volvió a elegirle representante en 1835 y 1847 con su conocida significación liberal bien marcada y en el intermedio como Diputado a Cortes para las Constituyentes de 1836-37, como suplente de su deudo el célebre D. Agustín Argüelles, que se vio obligado a aceptar la diputación por Madrid. Llamado D. Felipe a jurar, renunció abandonando la corte, y fue entonces elegido D. Alejandro Mon, que así tuvo abiertas las puertas de la vida pública. Y este incidente trae aparejado el recuerdo de otro anterior en honra de la casa de Soto de Labra.
Cuando para las Cortes del Estatuto Real, 1834, no podía tomar asiento El Divino, elegido Procurador del Reino por Asturias, a causa de no tener la renta propia anual de 12.000 reales que prescribía la regia convocatoria, el Sr. Soto Posada inició la idea, aceptada enseguida por ilustres asturianos (Posada de Llanes, Argüelles de Piloña, Bernaldo de Quirós, Cifuentes, Ferrera, Acevedo, Omaña, Sierra, Ron, Faes, Caveda, Valdés de Pravia y Laviana, Llanes, Uría, Moutas, Lombán, etc.) de otorgar amplia escritura pública, como se hizo, en la que los otorgantes «impusieron sobre sus predios rústicos y urbanos aquella renta anual vitalicia a favor de D. Agustín, obligándose todos y cada uno de ellos bajo mancomunidad con todos sus bienes y fincas raíces a hacer efectiva la cantidad expresada». ¡Rasgo nobilísimo y ejemplar!
Era D. Felipe de prócer figura, y de blanquísima cabeza y barba en la ancianidad, distinguidísimo en el trato, inteligente y sabedor de muchas materias históricas y artísticas, como músico consumado, dominando el violín y la viola, que tocó en Liceos y teatros ovetenses para funciones benéficas en unión de notables aficionados. Poseía escogida biblioteca musical, y entre los instrumentos su violín Stradivariu, que había pertenecido al Cardenal Inguanzo, muy íntimo suyo.
El Sr. Soto casó dos veces y tuvo dos hijos. De su primer matrimonio con D.ª Luisa de Llanos y Noriega, poetisa inspirada cuyos hermosos versos conozco en bello manuscrito inédito (cuando merecían publicación como los de su hermana D.ª Eulalia en Gijón, 1871) nació D.ª Nieves de Soto y Llanos, casada con D. Rodrigo de Nava, último señor vincular de la segunda rama (La Cogolla) de los poderosos Álvarez de las Asturias; aquella D.ª Nievina, viuda muy joven, popular en Cangas de Onís, ángel de caridad al lado de su prima D.ª Antonina Cortés de Pendás, (así mismo, como sus citadas parientas, poetisa de subido mérito en composiciones tiernísimas) y de su amiga D.ª Teresina Fanjul de Vázquez Mella (madre de Juan, el portentoso orador), y otras que no olvidan en herencia de gratitud los presentes pobres cangueses, porque la amorosa virtud ejercitada con fe cristiana, siempre deja una estela de bendiciones. Viudo el respetable D. Felipe, contrajo segundas nupcias con D.ª María de Cortés Llanos, hermana de la dicha D.ª Antonina, como del jurisconsulto y académico D. Antonio, casado con linajuda dama de los Gutiérrez del Vierzo; del magistrado y literato D. José (Jorge); y de D. Bonifacio, diputado a Cortes, Consejero de Estado e Intendente del Real Palacio, en tiempos de D. Alfonso XII, que le profesaba cariño y gratitud, como la expresada en dedicatoria de un retrato: «A D. Bonifacio Cortés Llanos, que puso en orden mi casa, y ordenó al mismo desordenado, Alfonso«. Y todos estos nacidos en el palacio cangués, ilustrado por Jefes de la Real Armada.
—Con tales noticias, me decía Pepe Argüelles, se notan bien el origen y medio ambiente en que nació y se educó nuestro finado amigo. ¿Qué edad tenía?
—Ya era un octogenario, le respondí.

D. Sebastián Soto y Cortés (aunque todos le llamaban Soto Posada, como a su padre) nació en Labra hacia 1833; y ciertamente, nacido en tan distinguido, rico y cultísimo hogar y familia, vivió fidelísimo a nobles prendas; señalándose también, como sus mayores, por gran modestia y hasta retraimiento, que fueron distintivos en su carácter, aunque en el trato íntimo era hombre afabilísimo y jovial, galante y obsequioso como valiente y decidido, cuando la ocasión lo requería.
Comenzó sus estudios en la Universidad ovetense, los de Filosofía desde 1845 a 1850 y los de Leyes hasta 1853 en que pasaron sus padres a Valladolid, donde recibió la licenciatura en Derecho. Entre sus camaradas de Oviedo, que me recordaba varias veces, figuraban Allende Valledor, diputado provincial y a Cortes, alto funcionario en Filipinas; García Barbón, secretario del ministro Posada Herrera y reputado abogado en Cuba; García Bernardo, Suárez Valdés, Graiño (F) y Carreño (E) magistrados; el malogrado Casaprín Peón, tan querido en la sociedad de «Vetusta»; el ministro Pedregal; Unquera Antayo, marqués de Vistalegre; Valdés Mones, marqués del Real Transporte; Palacios Coello, vizconde de Casa Tineo, oficial de Gracia y Justicia y gran periodista, discípulo predilecto de Lorenzana; Rico, competentísimo Registrador de la Propiedad y muy docto en materias diferentes; el Rector Rodríguez Arango; Pola, Menéndez de Luarca, sabio y laureado publicista; Cueto (A) tan popular en Oviedo; Concha (J) esperanza malograda de Villaviciosa; Cabielles, abogado reputado en Cangas de Onís, y otros que se escapan a mi memoria. Entre todos estos y más, era Sebastián notorio por aplicación y clara inteligencia, por su gran afición a la lectura, llegando pronto a dominar las lenguas latina y francesa como, ya viejo, se dedicó a la inglesa.
Por breve tiempo Soto Cortés tomó parte activa en la provincial política figurando en la Unión liberal de la que era alma directiva su tío el famoso ministro Posada Herrera y, en tal significación, fue elegido Diputado provincial, 1860-1863; pero no quiso ser reelegido, como resistió a su candidatura para Diputado a Cortes. Cuando la Revolución o profunda conmoción política de 1868, volvió a intervenir en elecciones, primeramente por llamamiento de su amigo el Marqués de Camposagrado y enseguida en la elección de su tío D. Bonifacio por el distrito de Cangas de Onís-Infiesto; mas no mucho después se retrajo de estas luchas, si bien desde la Restauración venía prestando decidido apoyo a los conservadores-liberales, bajo la jefatura de su buen amigo el Marqués de la Canillejas, y especialmente a los Argüelles de Infiesto, a quienes consideraba como de familia.
—«Ciertamente; me interrumpió entonces Pepe Argüelles, y mi padre y tíos le consideraban como de casa. Creo que la última visita haya sido a la mía, permaneciendo en el Orrín con singular complacencia y gran afecto a los hijos del «celtíbero», como mutua y jovialmente se llamaban D. Sebastián y mi padre».
Mas no fue este breve aspecto político, continué yo, de la vida de mi inolvidable muerto lo que señaló su significación asturiana ni distinguió a su figura en la provincia hasta ser conocidísimo cuando pasaba por todos los pueblos, llevado de sus aficiones arraigadas de equitación y caza, jinetes él y servidores en caballos de sus cuadras, de que cuidaban con selección inteligente como de la canina jauría que les seguía, lo mismo que cuando visitaba las poblaciones para el estudio de antigüedades. Señalábase Soto Cortés por su aspecto de gran señor, aún dentro del marco de ingénita modestia, su conocida pericia en toda clase de deportes, y la cultura en varias disciplinas; todo esto crecía con el exagerado cálculo que las gentes daban a su riqueza vincular, fiduciaria y ganadera, abultando el vulgo el tesoro de colecciones y reservas. Cuantos con él tuvieron relaciones pueden testificar lo agradable de su conversación atrayente para toda clase de personas, como su gracia y habilidad en trato y bromas íntimos.
Fue un hombre verdaderamente ilustrado. Leía y anotaba sin cesar acaudalando conocimientos variadísimos de historia y de arte, de que nunca hizo alarde, siendo modestísimo para escuchar y razonar con todos tratando de libros, monumentos y objetos, que vio o adquirió en sus continuados viajes por Asturias, muchas provincias de España, como últimamente por Francia e Inglaterra. Era conocidísimo de libreros, anticuarios y chamarilleros de todas partes. De sus palacios de Labra y Posada hizo como un museo, desordenado todavía, rico y estimable, aún descontando objetos, cual acontece a todos los coleccionistas en algunas adquisiciones que vienen «a tira ramal», como con frase gráfica de caballista decía nuestro buen amigo con graciosos comentarios, añadiendo que era para exportación y cambio.
Soto Cortés deja así —aparte de cuantiosa fortuna— un caudal histórico-artístico de consideración; y un abultado libro pudiera formarse con los Catálogos de su librería y antigüedades, con anotaciones de suma importancia, ya de noticias curiosas, ya de eruditas referencias, que acreditan el saber del distinguido cangués. Era Académico correspondiente de la Historia, vocal de la Comisión provincial de Monumentos históricos y artísticos, miembro de la Sociedad de bibliófilos españoles de Madrid y Andalucía —que reimprimen ejemplares raros y manuscritos de las estanterías de Labra y Posada—, de la Sociedad de Ganaderos en que fueron muy apreciadas su pericia y práctica en esta decaída riqueza nacional. Apenas tuvo más cargos ni distinciones porque rechazaba honores y favores de ostentación de cualquiera clase que le ofrecieron políticos de altura, cruces y bandas y hasta un título de Castilla que renunció con modestia, adelantándose al decir del insigne Benavente en Lo Cursi. Era un doceañista como su padre.
Tornando al Museo, es de desear se conserve y organice con la estimación que merece, y pudiera ser base o acrecentamiento para una Institución pública en Covadonga o en Oviedo, si fuera posible conseguirlo por el Ayuntamiento de Cangas de Onís o por la Diputación provincial, o en Madrid, si el Estado lo adquiriese; todo para el caso de evitar su división, enajenación y o exportación como por desgracia sucede muchas veces entre platónicos lamentos oficiales y particulares.
Con las salvedades dichas respecto a su fondo, hay en las colecciones de Soto Cortés no poco importante y de precio en objetos de protohistoria, ya propia o ya de las edades de la piedra tallada y sin pulir; de cobre, bronce o hierro; de transición, en útiles de veda y armas halladas en cavernas o habitaciones prehistóricas; y seguidamente, ya dentro del campo histórico, diferentes restos arquitectónicos, simbología e iconología cristiana, cuadros de pinturas en cobre, tabla y lienzo. De artes suntuarias reunió abundante mobiliario provincial, de ebanistería en sillas, sillones, bancos, etc. de los siglos XVII y XVIII y así mismo numerosos objetos de orfebrería, broncería, cerrajería, clavos; vidrios, barros o cerámica variada; esmaltes, piedras finas gravadas; en utensilios sacros, dípticos y trípticos, restos de retablos, pilas, vasos, cruces, relicarios, medallones, ofrendas, etc.; en artes decorativas, restos de tapices, alfombras, doseletes, cornucopias, floreros, etc.; y de indumentaria, casullas, sedas, terciopelos, bordados, etc., etc.
Más importante la parte literaria, para ella reunieron los señores Soto, padre e hijo, fondo bastante para dividir en secciones: de Epigrafía, varias inscripciones de valor, romanas, votivas y sepulcrales y otras posteriores; de diplomática, códices, privilegios, reglas, fundaciones, ejecutorias, escrituras oficiales y notariales diferentes, con ser también interesante el archivo de sus nobiliarias casas, vínculos y agregados; de Numismática, crecido número de monedas y medallas de las edades antigua, media y moderna, de cobre, oro y plata, nacionales y extranjeras; pero la parte principal del llamado «Museo de D. Sebastián» es la Biblioteca o librería, que ha de pasar de 10.000 volúmenes, reunidos que sean los de Labra y Posada. Porque es de advertir que, al amparo de las leyes desamortizadoras, Soto Cortés, como inmediato sucesor este último mayorazgo en Llanes, adquirió la mitad de este vínculo cuando la muerte, hace cuarenta años próximamente, de su respetable tío D. Juan de Posada Argüelles y Duque de Estrada, diputado provincial y a Cortes, de los asturianos señalados en la implantación del régimen constitucional de España.
En ambas casas se fueron juntando libros de muchas clases de materias, principiando por manuscritos valiosos y siguiendo por los impresos, algunos peregrinos. De estos hay ejemplares incunables, otros raros del siglo XVI de tipos gótico, francés e itálico, que ha prevalecido, con la estampación primorosa de los Aldinos, Stephanos, Plantinos, Ebrevirios, etc., otras bellas ediciones, y las del movimiento científico-literario de los siglos XVII y XVIII, así como del político o revolución de la primera mitad del siglo XIX, sin que falten publicaciones nuevas o actuales de ciencias, artes, inventos y profesiones modernas de Agricultura, Industria, Ingeniería, etc. ¡Días inolvidables ya lejanos, que pasé leyendo u ojeando volúmenes de aquellas estanterías, provisionales y revueltas, gozando así los primores bibliográficos, ex-libris, notas y apostillas en portadas, márgenes y colofones, aparte de las contenidas en los excelentes Catálogos con eruditas indicaciones de los dueños doctísimos bibliógrafos! ¡Y qué disputas y desconfianzas, afectuosas y mutuas, cual es usual entre bibliófilos y bibliómanos, para préstamos y cambios! Aquí de la teoría del dolo bueno y del dolo malo…
La sección de libros de historia de pueblos y ciudades de España es notable, como ya proclamaba Muñoz en el prólogo del laureado libro sobre este ramo; y probablemente no tendrá rival en España la sección Hípica (cría y cruces, brida, gineta, equitación, veterinaria, etc.) antigua y moderna, manuscritas e impresas, con un completo de guadarnés o colecciones de sillas, frenos, espuelas, correajes y demás aderezos de caballería. Y fuera interminable señalar ejemplar de muchos de aquellos libros que merecían notación especial, como enumerar el contenido de las carteras de grabados, litografías, caricaturas de la primera época moderna —antigua ya— y dibujos y apuntes variadísimos, porque D. Felipe y Sebastián de Soto fueron dibujantes excelentes e intencionados caricaturistas. Para conocimiento y solaz de entendidos y aficionados es y será de lamentar no se imprima el Catálogo y papeletas de tal riqueza bibliográfica y arqueológica, cada vez más escasa, como cada vez más frecuente su fuga de España, camino de París, Londres y New-York, cual sucedió con los libros de Morante, Guzmán, Cánovas y tantos otros recientemente, salvo algunos escapados, que aparecen de cuando en cuando en puestos de viejo o en el comercio de libros raros y curiosos. No así podré ni procede publicar por su índole privada con elegante tomo, que fuera resumen de apuntes autógrafos de Soto Cortés, de los que, con dorada S y año correspondiente en el tejuelo, registró el finado: memorias propias y ajenas, sucesos públicos y privados —algunos en clave o signatura de invención personal— encerrando tales anales noticias curiosas, comentarios, notas rápidas, hijas de profunda observación y crítica independiente. Mucho estudiaron y escribieron padre e hijo y… no quisieron ser autores de libros como tantos simples mortales o mortales simples.
Del padre grave, respetable y sabio no quedan memorias más que las guardadas en familias, como la mía —a él y a su esposa muy unida— y, sin embargo, ¡cuánto valió y significó D. Felipe!
Su hijo Sebastián, que vivió hasta ayer, no fue bien conocido ni apreciado; sí como dueño en el Oriente asturiano de fincabilidad en Bimenes y Piloña, Ponga y Cangas de Onís y concejos limítrofes hasta Llanes, y así mismo de numeroso ganado vacuno en comuña y aparcería —más antes que ahora— señalando las reses, como los caballos de sus cuadras y remontas con el hierro de la S y T sobre dos O. Y no obstante Soto Cortés jamás negó su consejo y auxilio a cuantos lo demandaron en materias de que era maestro; trató de la educación de labradores y en mejoras y progresos del campo sin ser secundado; no profesó el absentismo a la Corte y populosos Centros, emigración que acabó de esquilmar todo lo rústico para perdurar la rutina en el cultivo de la madre tierra; tuvo sus libros quien se los pidió para estudiarlos, sintiendo no poder facilitarlos a los muchos que no se los pidieron o los desearon para fútil entretenimiento; artistas de profesiones diferentes recibieron sus enseñanzas en encuadernación, ferretería, decoraciones varias, etc.; y así, calladamente, se movía y facilitaba la protección desde sus retiros señoriales. Últimamente, los años y las dolencias debilitaron y carcomieron fuerzas y energías del consumado jinete, hábil cazador en montes cántabros y llanuras castellanas, incansable excursionista para apartadas comarcas nacionales; y se retiró definitivamente a la vida aldeana, limitando las salidas por los contornos de sus palacios cuando no leyendo en los salones y aposentos silenciosos, apenas turbados por pasajeras estancias de antiguos amigos o visitas de bibliófilos y anticuarios. En los últimos años vino especialmente a la Comisión provincial de Monumentos históricos y artísticos para tratar de la restauración de la Iglesia de Santa María de Naranco, en Oviedo, principiando por destruir y separar la casa rectoral adosada al románico templo, y ofreciéndose a costear las obras, lo que no llegó a realizarse por el interminable expedienteo de nuestra burocracia.
Con tal apartamiento vivió desconocido de la generación presente que, al saber su muerte, será muy poco lo que sepa o diga de la significación singular de D. Sebastián de Soto Cortés para lamentar que se apagase una vida, siempre vigorosa en la juventud y edad madura como en la vejez y no sabrá como considerar que el octogenario astur pensó muy alto y muy hondo, sabía mucho y fue varón de arraigada religiosidad.
Vio venir el fin de la vida sereno y tranquilo, recibiendo con edificación los Sacramentos, como viático consolador en la última partida.
Conocedores de nuestra relación vieja, heredada y siempre firme, aunque entreverada de rápidas discrepancias y alejamientos por temas de libros y arqueología —aunque yo en calidad de discípulo— sus deudos y el antiguo apoderado me llamaron a Labra con urgente telegrama para que los acompañara en el duro trance y pudiera yo despedirme de amigo tan querido desde mi infancia. Llegué para verle postrado, en periodo agónico y obscurecida ya su clara inteligencia, dudo que me haya conocido cuando con todo cariño le llamaba.
Al atardecer cuando venía el crepúsculo, Sebastián cambió esta vida por al eterna. Rodeábamos el lecho humildísimo Paco Pendás Cortés, primo carnal; su excelente amigo de Oviedo el Dr. Fernando Valdés, que le cerró los ojos; el antiguo mayordomo Francisco Escandón y yo; mientras en habitaciones contiguas, los viejos servidores lloraban al señor, tan bondadoso y considerado con ellos. Ante tal morir, bien puede repetirse el heráldico lema italiano: Un bell morire, tutta una vita honora.
Sentí profundamente a Sebastián, acostumbrado a quererle desde niño en su casa y en la mía; y porque, mirándome ya viejo, considero con triste y egoísta alarma tantos blancos y vacantes en la fila de antiguos amigos y camaradas, y especialmente en relaciones familiares, ligadas con el hogar de mis padres, para ver como final que ya son naturalmente contadas las que me restan a partir de lejanos y alegres años…
Amarga noche aquella de Labra.
Después principiaron las tristes diligencias de tales casos y el entierro suntuoso por no conocer su última voluntad, y los fúnebres cantos que oí desde el duelo, camino el pobre y apretado camposanto, donde en un rincón, bajo el símbolo redentor de una cruz de madera, le esperaban las cenizas de sus padres tan amados, porque fue Sebastián —y esto lo saben todos— un hijo ejemplar y desvelado, modelo edificante de filial amor. Así, a terrena sepultura, bajaron los restos del señor de tantos cuarteles en sus blasones, de tantos tributos y riquezas, de tanto caudal en libros y antigüedades, para llegar a saber tanto en vigilias interminables sobre los infolios.
Toda esta larga crónica pasó entre Pepe Argüelles y yo al regresar de las exequias, y mutuamente nos interrumpíamos con recuerdos familiares del finado.
Pongo aquí fin a los recuerdos revividos desde el día mortuorio 17 de mayo al 19 siguiente de los funerales de Soto Cortés, a la pálida relación de sucesos que no se borran de mi memoria. Cuanto llevo escrito y más que pudiera decir, son firme cimiento del pésame sincero que envío a sus deudos —como lo son de mi afecto siempre— Antonio y Fernando Cortés Gutiérrez, Pepe y Paco Pendás Cortés; y saben ellos cuan cierto es mi pesar, como también mis buenos amigos los apoderados o mayordomos Escandón (Francisco y José) con Juanín, Josefa y demás servidores, para mi tan conocidos en Posada y Labra.
Con Sebastián Soto Cortés desaparece el último representante de estas casas, tan notorias en el pasado provincial; y los que vivimos con el amor a su historia sentimos amarguras como la que ha guiado mi pluma en esta desaliñada crónica.
F. C. S.
Oviedo, 26 de mayo de 1915.
Canella y Secades, Fermín, “D. Sebastián de Soto y Cortés (Recuerdos familiares)” en El Orden, Cangas de Onís, Año II, número 77, 20 de junio de 1915, pp. 1-2. En la tercera página leemos lo siguiente: «El original artículo necrológico que sirve de fondo a este número, y que tantas y tan curiosas noticias asturianas y canguesas contiene, ha sido escrito expresamente para El Orden por nuestro bondadoso y querido amigo el ilustre catedrático y senador del Reino, D. Fermín Canella Secades, y en su publicación tenemos singular complacencia, como en su lectura la tendrán también seguramente nuestros lectores».