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EduardoLlanos

Eduardo Llanos Álvarez de las Asturias (Corao, 12 de agosto de 1833 – 4 de marzo de 1927). Fotografía: Benjamina Miyar.

En Corao (Principado de Asturias)
Al depositar una corona de flores, a nombre de la Marina de Guerra de Chile, y una placa de bronce, a nombre de la familia de Prat – 12 de octubre de 1929.

Señor Gobernador Civil y Señor Gobernador Militar de Asturias
Señores Alcaldes de Oviedo, Corao, Gijón, Avilés y Cangas de Onís
Señores Comandantes y Oficiales de Marina del Ferrol
Señor Presidente de la Diputación Provincial
Españoles

La Patria chilena nos envía a colocar sobre este sepulcro el bronce de los recuerdos que no se borran y las flores con que la gratitud embellece y aromatiza.

Tal vez, sin pretenderlo, este doble tributo sea un símbolo de cómo se hermanaban en la España de ayer la recia austeridad de la coraza y la sutil donosura de la caballería, y de cómo se avienen en la España de hoy los vigores de la altivez hereditaria con la delicadeza de las emociones finas.

Hace cincuenta años, el espectro de la guerra ensangrentó a tres países de la América Austral. Mi patria se vio comprometida en la contienda y desenvainó la espada que había colgado de los muros de su hogar, sustituyéndola por las herramientas del trabajo.

Yo no debo analizar las causas y responsabilidades de aquella dolorosa conflagración; porque los brazos que entonces se alzaron y las manos que se crisparon en ademán de lucha, ahora se extienden en abrazo de reconciliación fraterna; y el aliento de la paz sopla sobre el mar de Balboa, como una caricia de perfume y de luz.

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Momento de colocar sobre la tumba de don Eduardo Llanos la placa de bronce y corona de flores dedicadas a su memoria por la familia del héroe Prat y por la Marina de Chile, y de las que fueron portadores el vicario de la Armada don Bernardino Abarzúa (x) y el mayor don Benito Contreras, agregado militar de la Embajada de su país en Madrid. Fotografía publicada en El Popular (Cangas de Onís) el 17 de octubre de 1929.

Pero es imposible no aludir a la mañana de aquel día inolvidable en que, sobre las aguas de Iquique, la vieja corbeta Esmeralda hubo de resistir al Huáscar, el acerado monitor peruano. Es imposible no ver, con los ojos de la fantasía, cómo desde el costado frágil de su embarcación débil, Arturo Prat salta, espada en mano y al grito de abordaje, sobre la cubierta del buque enemigo; y cómo la Esmeralda, sin rendirse, conforme a la consigna de su audaz comandante, se hunde en los abismos del océano, llevando al tope la bandera triunfal y afianzando para siempre la tradición de los heroísmos chilenos.
Fue entonces cuando el ciudadano español, don Eduardo Llanos Álvarez de las Asturias, recogió piadosamente los restos de Prat para sepultarlos con el decoro que ellos merecían.

¡Español había de ser! Raza de valientes, para apreciar la veneración que se debe a los que son capaces de arrojar la vida, como un puñado de flores, en el altar de la patria; raza de caballeros, para comprender la noble ansiedad con que las familias procuran rendir a sus muertos los homenajes póstumos; raza de creyentes, para guarecer al abrigo de la Cruz los despojos humanos que esperan el día de la resurrección.

Acaso, después del martirio de Iquique, la familia chilena hubiese preguntado a los caprichos del mar, a la indiferencia de las playas o a la despreocupación de los hombres, por los despojos que albergaron un alma tan grande. Y, sin satisfacer sus anhelos, se hubiese resignado a guardar sólo el nombre, que hoy es heráldica y es compromiso de honor en la Marina de Chile, para repetirlo entre cánticos de triunfo a la juventud de 1879, y para inscribirlo en mármoles insignes, como enseñanza y norma a las generaciones del porvenir. Pero las santas cenizas del holocausto no hubiesen tenido el privilegio de guardarse, cálidas aún, con el fervor cariñoso de la vida actual y perpetua que brota en el regazo mismo de la patria.

Las manos del caballero español, a quien venimos a agradecer nuevamente, salvaron, pues, de la pérdida y de la confusión, los restos que Chile conserva en su patrimonio de recuerdos benditos y de reliquias preclaras.

Y esto no puede olvidarse allá en aquella tierra de la América del Sur, donde la sangre tampoco desvirtúa su ritmo ibérico de hidalga nobleza y de sentimientos elevados.Por eso hemos venido hasta aquí, desde zonas lejanas, emisarios de la familia del héroe predilecto de la Marina de Chile y de la Patria entera, tanto más querida cuanto más distante, a colocar sobre la tumba de nuestro bienhechor el bronce y las flores, como quien pronuncia un juramento de recordación perdurable con palabras de gratitud risueña.

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La comisión de Chile, señores Contreras y Abarzúa. Fotografía: José González Merás, publicada en la revista Covadonga.

Y hemos ideado apartar de esta ceremonia el menor asomo de egoísmo. Efectivamente, nuestros jefes no quisieron diferirla hasta el 21 de mayo próximo, que es el aniversario del sacrificio de Prat y algo así como el onomástico de la Marina de Chile, para que el fulgor de esa fecha no se apoderase de nuestros ojos y su gloria marcial no distrajera los pensamientos en la hora de este homenaje y en la deprecativa mudez de este recinto.

En cambio, eligieron el día de hoy, que nos habla de la raza común y en que este acto sencillo asume los contornos de una apoteosis; porque honramos, en el recuerdo de un ciudadano español, las virtudes de la España inmortal.

Esta coincidencia feliz nos otorga la ocasión de afirmar que existe una suprema confederación de las almas; que una efectiva solidaridad identifica y aprieta, digámoslo así, los destinos de todos los países donde triunfa la lengua de Cervantes; que los pueblos de allende «la mar tenebrosa», cuyos vórtices las carabelas españolas supieron abatir, así como las alas españolas saben hoy cruzar, continúan mirando a su Madre y a su cuna; que el árbol gigantesco de la Raza, arraigado en los océanos y extendido junto al cielo de los continentes, sigue lloviendo flores sobre los años fugitivos; que el imperio espiritual de España permanece intacto, como si las mermas geográfica sólo hubiesen hecho más caudaloso y puro el río de los ideales en que beben cien millones de bocas, empurpuradas, en el beso de su origen, por el sol de Castilla la Vieja; y que, en el orden de los afectos, de las influencias morales y de la dichosa consanguinidad, España todavía puede repetir la histórica frase de Carlos V sobre la vastedad de sus dominios…

Todo esto lo decimos aquí, junto a la tumba donde yace el hijo, como una glorificación de la madre; porque, agradeciendo al ciudadano español, agradecemos a España.

Dios haga más próspera y más grande a la Patria española, cuyo genio no tiene por qué experimentar envidias ni rubores, cuya caballerosidad no tolera rivales, cuyo temperamento generoso y hospitalario, no admite comparaciones, y cuya gloria no oscurecerán las nubes que sobre ella amontonaren la maldad humana o el infortunio ciego.

Valga este voto por la España de ayer, de hoy y de siempre.

Valga; porque le debemos la fe que nos eleva, el idioma que nos enorgullece y la capacidad de abnegación que nos sublima.

Discurso publicado en De la tierra y de la raza : discursos y alocuciones por Bernardino Abarzúa, Santiago de Chile, Imprenta San José, 1936, pp. 140-146.