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Ajustada la paz entre España y Chile como lo había sido ya con otras repúblicas de América; llegado el venturoso día en que el abrazo de hermanos ha sellado el pacto de reconciliación cordial entre chilenos y españoles, tenemos el gusto de presentar a nuestros lectores el retrato de un compatriota benemérito, de don Eduardo Llanos, que con sus elevadas dotes de carácter y sus sentimientos humanitarios ha sido el eslabón que ha unido la rota cadena de afecto entre España y una de sus predilectas hijas de América.

Ya en la prensa de Santiago, de Valparaíso y de Iquique, actual residencia esta última ciudad del señor Llanos, ha hecho honor a las virtudes del ciudadano y ha realzado sus esfuerzos en favor de la unión de los dos pueblos. Nada más justo que Las Novedades contribuya a una publicidad merecida, y que digamos a nuestros compatriotas de esta república, como a los de Cuba y de la Península: “He ahí el retrato de un español modelo, de un hombre que sin aspirar a la fama del héroe ni a la gloria del escritor o del artista, merece a pesar de su modestia ver escrito su nombre en letras de oro, e impreso el recuerdo de sus méritos en la memoria de los hombres honrados de todos los países.”

La bondad del propósito explica y justifica la novedad que hoy introducimos en nuestra publicación; no obstante no ser éste periódico ilustrado, habiéndonos proporcionado un amigo nuestro y del señor Llanos el retrato del “héroe de Iquique”, hicimos grabar aquella fotografía y damos hoy el grabado con los siguientes apuntes biográficos que nos proporciona el señor Viniegra:

Eduardo Llanos

¡Bendita sea la paz! Tal es el grito de miles de madres al recibir en sus brazos a sus hijos después de sangrientas y devastadoras batallas. Tal será el grito de la noble raza que hoy se despedaza entre dos hermanas repúblicas, el día en que unidos los que se salvaron de la encarnizada lucha, comprendan su error, y la juren imperecedera por la memoria de aquellos héroes que de uno y otro pueblo derramaron su sangre y sucumbieron como hijos dignos de Pizarro y de Valdivia por su valor y sus proezas! Tales las frases, unidas a reconciliador abrazo, entre otros dos pueblos saludándose amigos, en pomposas manifestaciones de júbilo, ensordeciendo los aires el estampido de los cañones con que el león de Castilla, y el cóndor de los Andes, olvidando lejana, ineficaz e inútil pelea, anuncian al mundo terminó entre ellos la saña y el encono para trocarlos por fructíferos y benéficos sentimientos de paz, de lealtad y de nobleza!

¿Cómo ha llegado este ansiado día? ¿Por qué medios vuelven hoy a ser leales amigos españoles y chilenos? ¿Intervino la diplomacia de ambos gobiernos? ¿Hubo arbitraje de potencia amiga? No; la paz solo la ha traído el sepulturero de Prat en Iquique; los sepultureros de bravos marinos españoles en Lima. Eduardo Llanos a la cabeza de un puñado de españoles representando los deseos de España en Iquique. La guarnición chilena y el pueblo limeño representando la voluntad de ambos países en Lima.

¿Quién es Eduardo Llanos? ¿Quién es el que hoy se ve encumbrado y enaltecido por toda la prensa chilena? Simplemente un español, cuya modestia, estamos seguros turbará su reposo al saber es ensalzado por actos que sin valor para él pertenecen a aquellos a que toda su vida se consagró. Eduardo Llanos posee, como generalmente se dice, un corazón de oro. Sus piadosos y caritativos sentimientos, aún queriéndolos ocultar, se dieron a conocer en Santiago de Chile desde mucho antes que de allí nos alejara la pérfida discordia. Pasaba el día empleado en escritorio de importante empresa mercantil: con decidida afición a la arquitectura ocupaba en su habitación las noches, teniendo en las manos el lápiz y el compás, trazando planos y contraído al estudio de ese arte. Esta era su distracción, su único recreo. Jamás se le veía frecuentar con sus paisanos, ni solo, la sociedad santiaguina, pero jamás dejaba de contribuir en ninguna acción benéfica, ya fuera prestando auxilios a algún desgraciado español, ya levantando de triste postración a algún necesitado chileno: para él la caridad no reconocía nacionalidad. Varias veces, en conversación de sobremesa con don Salvador Tavira, nuestro ministro en aquella época en Chile, me decía: “Españoles como Eduardo Llanos, difunden en América la fraternidad y el cariño, haciendo olvidar injustas y mal fundadas prevenciones.”

Se declaran las hostilidades, cruda guerra se aproxima, y atemorizados algunos españoles no se atreven a continuar viviendo en el país que hasta entonces les hospedaba: los hay entre ellos sin recursos, pero Eduardo Llanos, que no se va, los proporciona. El nada teme: pero ¿acaso los años de América han podido entibiar sus sentimientos de amor patrio? Por el contrario. Lejos estábamos de aquellos sucesos cuando le oíamos leer El Diario de la guerra de África de Alarcón, y conmovido de entusiasmo con las poéticas narraciones de los hechos heroicos de nuestro valiente ejército, entorpecían la lectura las lágrimas de sus ojos. Era que en Santiago, aún declarada la guerra, nadie se atrevía a dañar a quien sólo bien hacía. Era, que su leal corazón le presagiaba que permaneciendo allí, muchos años después, ya extinguidos los odios y rencores nacidos en refriega que nunca debió estallar, había de ser útil a ambos pueblos, indicándoles, con algunos compañeros más, la senda, el camino, en donde rencores, enemistades y resentimientos desaparecen totalmente. “¡La senda al amor y a la caridad sin distinción de razas, jerarquías, religión ni nacionalidad!”

Seis años hace fue de Santiago a establecerse en Iquique, poniéndose al frente de otras empresas en ese puerto, pero sin abandonar su antigua afición a las artes. Acaba de dirigir la construcción de varios edificios públicos, y actualmente se ha hecho cargo, accediendo a las instancias de las autoridades que allí gobiernan hoy, de levantar el plano para un establecimiento de escuelas de artes y oficios, con todos los adelantos modernos, en su reparto y organización interior, para lo cual nos consta ha pedido a este país los informes y datos necesarios, en relación con las mejoras que en el día haya en este importantísimo ramo.

Tal es el modesto español a quien la prensa chilena encomia, y que nos ha cabido la satisfacción de dar a conocer.

Pluguiera a Dios que nuevos acontecimientos, para Llanos y para todos los españoles residentes en Perú y en Chile, hicieran que pudieran contribuir a la terminación de una lucha que ya miran horrorizados hermanos y amigos.

Íntimos lazos, estrechas relaciones nos ligan con ambos países, en los que pasamos numerosos años de nuestra vida, y será un día de verdadera felicidad aquel en que nos digan: —“Concluyó la guerra de Chile y el Perú.” ¡Bendita sea la paz!

Leandro J. Viniegra. Nueva York, abril de 1883.

Añadamos algunas palabras de La Industria de Iquique, que dice en su número del 20 de febrero último:

Con motivo de la llegada de la Navas de Tolosa a Valparaíso, la reanudación de las relaciones con España, en las fiestas que han tenido lugar en ese puerto y en la capital, ha vuelto a figurar en diarios y correspondencias el nombre del señor Eduardo Llanos, el sepulturero del inmortal Arturo Prat.

Su noble acción ha sido y es el tema de elocuentes manifestaciones en la prensa, en banquetes y en reuniones privadas, porque es innegable que el abrazo fraternal que hoy se han dado españoles y chilenos, se debe en mucho a aquella acción generosa y humanitaria.

Cualquiera diría que el héroe de tantos panegíricos y laudatorias se encuentra envanecido de ellos y que, como sucede generalmente, los humos de la lisonja, por merecida que sea, han hecho en él algún cambio.

Todo menos que eso.

¡Quien no encuentra diariamente al señor Eduardo Llanos, modesto, casi humilde, amable, atento con todo el mundo, sin preocuparse de otra cosa que del trabajo por el adelanto de la población, encargándose de obras de utilidad pública, como cuarteles, cárcel, edificio para escuela; de embellecimiento, como arreglo de casas y calles y tantas otras a que ha vinculado su nombre consagrándoles su trabajo, su inteligencia y actividad!

Ningún hombre ha conseguido con sus talentos lo que el señor Llanos con su modestia y sus virtudes: unir dos pueblos que hasta ayer eran enemigos.

Que esas palabras, hijas del agradecimiento, no ofendan la modestia del señor Llanos y que las reciba como la expresión sincera de aprecio y respeto del cronista de este diario, el último de sus admiradores.

«Un español benemérito», artículo publicado en Las Novedades. España y los pueblos hispano-americanos. Nueva York, año VIII, núm. 59, 26 de abril de 1883, p. 1. Gentileza de la familia Noriega (Corao).