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Al igual que miles de asturianos, Eduardo Llanos Álvarez de las Asturias (Corao, 12 de agosto de 1833 — 4 de marzo de 1927) abandonó su lugar natal en busca de mejores medios de vida, emigró a América y se estableció en Chile con solo diecisiete años de edad. Heredero de la cultura ilustrada que Gaspar Melchor de Jovellanos difundiese en Asturias y consciente de la obligación que contraía con su patria adoptiva de respetar el país, su cultura y sus costumbres, logró dejar una huella positiva y perdurable en su paso por tierras chilenas. Había recibido una esmerada educación, bagaje esencial para llevar a la práctica los valiosos consejos que su padre, Benito de Llanos, le ofreció en su carta de despedida recomendándole que respetara las creencias de los demás, que fuera buen cristiano, humilde sin hipocresía ni bajeza, y que se portase siempre “tan rectamente que todos puedan fiarse de ti; así adquirirás estimación y crédito”. (Fiestas de Ntra. Sra. de Abamia, Corao, 1981)

Establecido en diversos lugares, se integró en la sociedad chilena sin por ello renunciar a su arraigada españolidad, asumiendo cargos y afrontando responsabilidades para devolver a sus conciudadanos la estima y acogida recibidas. Desde 1877 reside en el puerto y ciudad de Iquique, al norte de Chile, donde ha quedado la principal memoria de su trabajo: miembro del Consejo Municipal nombrado por Patricio Lynch en noviembre de 1879, tras la retirada peruana de la ciudad; fundador y presidente de la Sociedad de Beneficencia Española; miembro de la Junta de Beneficencia de la ciudad e inspector del cementerio; director de la Compañía de Bomberos número 1; encargado de la administración y cuidado del Hospital de Caridad; comandante del Gremio de Jornaleros de Iquique; arquitecto y constructor de la cárcel, cuartel de policía y escuela Domingo Santa María, entre otros numerosos cargos.

Con todo, su fama y el reconocimiento imperecedero del pueblo de Chile a su persona se debe al humanitario gesto que el día 22 de mayo de 1879 tuvo al enterrar los cadáveres de los oficiales chilenos de la corbeta Esmeralda que el monitor peruano Huáscar había desembarcado en el puerto tras el combate naval de Iquique: el capitán Arturo Prat y el teniente Ignacio Serrano. Esta caritativa y arriesgada actuación, realizada en convulsas circunstancias en una ciudad que se encontraba bajo dominio del Perú, ha unido su nombre al de los héroes de Iquique y le ha granjeado el agradecimiento de los chilenos que en diversas ocasiones han peregrinado a Corao para mostrar su respeto. Gesto que trajo consigo la más hermosa de las recompensas al propiciar un clima favorable para el restablecimiento de las relaciones entre Chile y España, rotas años atrás por la guerra hispano-sudamericana. El 20 de diciembre de 1879, el político chileno Rafael Larraín escribió en carta a Eduardo Llanos: “La conducta de usted en esta ocasión no me sorprende: está conforme con todos sus antecedentes. Quizás ella sea el primer eslabón para reanudar relaciones que no debieron haberse roto.” (J. Abel Rosales, La apoteosis de Arturo Prat, Santiago de Chile, 1888, p. 265) A lo que responde nuestro compatriota: “… exajera usted las deducciones que pudieran desprenderse del sencillo hecho del 22 de mayo. Con mi larga residencia en Chile he estrechado relaciones que estimo en alto grado, i por eso sería para mí algo tan inesperado como placentero el que la profecía de usted llegase cuanto antes a ser una realidad. Conociendo usted mi carácter, comprenderá que no es conforme con él la situación que como español ocupo en la sociedad chilena.” (Ídem, p. 266)

El escritor Leandro J. de Viniegra dice que Llanos “con sus elevadas dotes de carácter y sus sentimientos humanitarios ha sido el eslabón que ha unido la rota cadena de afecto entre España y una de sus predilectas hijas de América” y nos transmite la favorable opinión que Salvador Tavira, representante oficial de España en Chile, tenía del cangués: “Españoles como Eduardo Llanos, difunden en América la fraternidad y el cariño, haciendo olvidar injustas y mal fundadas prevenciones.” (“Un español benemérito”, en Las Novedades. España y los pueblos hispano-americanos, Nueva York, año VIII, núm. 59, 26 de abril de 1883, p. 1) La Industria, periódico de Iquique, afirma en su número del 20 de febrero de 1883 que “Ningún hombre ha conseguido con sus talentos lo que el señor Llanos con su modestia y sus virtudes: unir dos pueblos que hasta ayer eran enemigos.” (Ídem)

Eduardo Llanos Álvarez de las Asturias en 1923. Fot. Merás (detalle).

En el año 2008, el reconocimiento de Chile a Eduardo Llanos vivió un nuevo episodio con la inauguración de un busto suyo en Iquique, resultado de la suma de esfuerzos de las colectividades asturianas, del gobierno del Principado de Asturias, del Ayuntamiento de la ciudad norteña y de la Embajada de España en el país hispanoamericano. Desde entonces la comunidad española de Iquique, congregada en torno al Casino Español, al celebrar la fiesta del 12 de octubre deposita una ofrenda floral ante el monumento de este emigrante que simboliza el compromiso con las dos patrias, la de nación y la de adopción.

En Asturias, Eduardo Llanos es recordado y reconocido como mecenas de la educación. A su regreso de América visitó la pequeña escuela en la que había recibido sus primeras letras. Su sorpresa y conturbación fueron mayúsculos al encontrarla, poco más o menos, como la había dejado cuarenta años atrás y se propuso cambiar la situación fundando y costeando la escuela “D. Rodrigo Álvarez de las Asturias” que, en palabras de Fermín Canella, rector de la Universidad de Oviedo y cronista de Asturias, fue “un establecimiento modelo”.

La escuela de Corao, donde estudiaron 250 alumnos, no fue solo un establecimiento de enseñanza primaria, sino también una escuela de adultos y un centro de capacitación agrícola que preparaba a los alumnos para una vida que habría de depararles, mayoritariamente, un trabajo como labradores. Buscó a un joven maestro, Antonio Nava, al que formó y orientó en el moderno arte de enseñar, estableció un programa educativo que se desarrollaba con métodos prácticos y dotó la escuela de un rico y completo material docente: colecciones de mapas, pesas y medidas así para áridos como para líquidos, figuras geométricas, álbumes de agricultura, de geometría, historia natural, de dibujo, útiles para escritura, contabilidad, dibujo, arboricultura… y una pequeña pero surtida biblioteca.

Los alumnos celebran el Día del Árbol; plantan árboles maderables y frutales de varias clases; hacen observaciones con higrómetro, barómetro y termómetro; crían gusanos de seda y palomas; ejercitan la apicultura y disponen de un campo de prácticas agrícolas en la huerta del Güeña, distinguiéndose la escuela por la realización de ensayos comparativos con abonos químicos en la siembra de patatas, legumbres y hortalizas, dirigidos por el ingeniero de montes de la diputación provincial Ricardo Acebal del Cueto, siendo premiado el maestro repetidas veces por la delegación española del Permanent Nitrate Commitee. Los niños comparan resultados y cosechas por parcela y hectárea, comprendiendo y apreciando los gastos de labranza y recolección, así como los ingresos y beneficios de su labor.

En el pueblo de Onao convirtió la pobre escuela temporera en continua, renovando el aula, dotándola con buen y suficiente material escolar e incorporando las prácticas agrícolas a la enseñanza elemental, todo ello bajo la inspección del maestro de Corao. Beneficio que extendió a los lugares de Cardes y Perlleces, con la colaboración de sus vecinos.

El sacerdote cangués José Comas Pérez en un extenso artículo sobre la escuela de Corao dice de su fundador: “alguien acaso creerá que se trata aquí de un capitalista sobrado de dinero y ansioso tan solo de gloria vana, de popularidad, del aplauso y admiración de sus convecinos. El que así juzgue, se equivoca de medio a medio. D. Eduardo Llanos ni es rico, ni espera el agradecimiento de los favorecidos por él”. (“La Escuela de Corao”, en Las Escuelas de Manjón, Oviedo, 1902)

Sin embargo, la incomprensión de su labor educativa, la continua emigración de los alumnos a América y la dejadez de muchos labradores en la educación de sus hijos y en la mejora de sus procedimientos de cultivo defraudaron sus expectativas por lo que clausuró la escuela en el año 1907. No cejó por ello su entusiasmo educativo y en 1912 regala a Isidro de Soto el material necesario para la apertura de un colegio de primera enseñanza en Corao instalado con arreglo a los modernos adelantos pedagógicos. En 1918, con motivo de los centenarios de Covadonga, ofreció a la diputación y al gobierno de España local y mobiliario para una escuela de niños, infructuosamente.

Eduardo Llanos contribuyó también a la cultura asturiana costeando la publicación de diversos libros, algunos sobre las más destacadas instituciones educativas de Asturias, como la segunda edición de la Historia de la Universidad de Oviedo y noticias de los establecimientos de enseñanza de su distrito (Oviedo, 1903), escrita por su amigo Fermín Canella Secades, la Reseña histórica del Instituto de Jovellanos de Gijón (Gijón, 1902), de Rafael Lama y Leña, y Orígenes y estado actual de la biblioteca del Instituto Jovellanos (Gijón, 1902), de Jesús Martínez Elorza que dedica su obra al “antiguo alumno del Real Instituto Asturiano, generoso propagador de la enseñanza en su país y entusiasta jovellanista”. Sufragó asimismo la edición de las poesías de su tía Eulalia con el título de Colección de composiciones poéticas de la señorita Doña Eulalia de Llanos y Noriega publicadas por su hermana la Señorita Doña Teresa (Gijón, 1871), y entre 1899 y 1905 editó en Londres las tres series de los Recuerdos de Asturias.

Mantuvo correspondencia con destacadas personalidades españolas, como Andrés Manjón, Ramiro de Maeztu y Víctor Concas, y asturianas, como Fermín Canella, Rafael Altamira, Miguel Adellac, Braulio Vigón y Fortunato de Selgas, entre otros. Especialmente fructífera fue su relación con Julio Somoza, cronista de Gijón y de Asturias. Eduardo Llanos logró para el erudito gijonés la copia de las cartas escritas por Jovellanos a Lord Holland, se encargó de su transcripción y gestionó el permiso para su publicación, empresa en la que participaron Alejandro Alvargonzález, propietario de la correspondencia escrita por Holland a Jovellanos y Fortunato de Selgas que costeó la edición de Cartas de Jovellanos y Lord Vassall Holland sobre la Guerra de la Independencia (1808-1811) con prólogo y notas de Julio Somoza García-Sala (Madrid, 1911), en cuyas páginas Somoza reconoce la contribución de Eduardo Llanos, “hombre en quien los grandes alientos parecen competir con los nobles anhelos, en la actividad y prosecución de todo linage de empresas útiles”.

No fue Eduardo Llanos Álvarez de las Asturias un emigrante que hiciera una gran fortuna aunque su trabajo e inteligencia le permitieron una confortable posición. Logró, sin embargo, la estimación y el crédito de que hablase su padre en la carta de despedida y dejó huella de su filantrópico transitar en Chile y en España. (Para un mejor conocimiento de su figura, véase Carmen Meneses Fernández-Baldor, “Eduardo Llanos Álvarez de las Asturias 1833 – 1927”, en Hombres y mujeres de Abamia (Corao, 2012, pp. 141-149).

Es por ello que el próximo 12 de agosto, el Ayuntamiento de Cangas de Onís, escuchando la petición de los vecinos de Corao, honrará su memoria con la dedicatoria de una calle y la colocación de un busto en su pueblo natal, por su contribución a la paz, la educación y la cultura.

Francisco José Pantín Fernández

Artículo publicado en Fiestas de San Antoniu : Cangas de Onís 2021, Cangas de Onís, Sociedad de Festejos de Cangas de Onís, 2021, pp. 23-26.